Cuando tratamos el género fílmico que engloba a las películas de mafia o gángsters, las primeras películas que se nos vienen a la cabeza son las que conforman la saga "El Padrino". Directores como Scorsese o Brian de Palma también abordaron el género con mucho éxito, y varios de los actores con más prestigio a nivel mundial participaron en algún momento o se dieron a conocer en este género, como Al Pacino y Robert DeNiro. El entusiasmo por este cine atrajo incluso a la auténtica mafia. John Gotti, apodado "El Don de Teflón" y cabeza de una familia mafiosa de Nueva York en la década de los 80, era admirador confeso de la saga de Coppola.
La película de la que hoy voy a hablar, aunque sangrienta, supone una excepción dentro de esta particular categoría. La cruelmente bella "Once Upon a Time in America", la película que agotó la salud de Sergio Leone, es un relato sobre la amistad que conmueve y entristece conforme avanza, haciéndonos partícipes del malogrado potencial de sus personajes. Simplemente, duele verla.
Mención aparte merece la banda sonora compuesta por el legendario Ennio Morricone, una de las más bellas de la historia del cine y, sin lugar a dudas, la más fina de toda su carrera. En boca de Arnon Milchan, productor de la película: "El estreno estaba tan mal organizado que olvidaron registrar la música de Morricone. ¡Le hubieran dado un Oscar seguro! Es quizás la mejor banda sonora de la historia". Ciertamente, escucharla invita a revivir otra vez las andanzas de los protagonistas, tanto en sus éxitos como en sus fracasos.
"Noodles" (interpretado en su infancia por Scott Tiler y en su madurez por DeNiro) es un astuto niño judío que, junto a su pandilla, callejea por Nueva York en busca de pequeños encargos o de desprevenidos a quien timar. Pronto llega a su barrio un nuevo inquilino, Max (Rusty Jacobs, James Woods), y, a pesar de las iniciales tiranteces entre ambos, no tardan en reconocerse el uno en el otro como iguales, naciendo la amistad sobre la que se desarrollarán los hechos de la película, la cual comienza con un Noodles ya adulto visitando un fumadero de opio al tiempo que es perseguido por unos matones.
Si el lector tiene la suerte de no haber visto la película aún, reconozco mi envidia. Envidio la emoción de descubrir la vivacidad de su relato por primera vez, pero también debo advertir que la satisfacción no será la misma si continúa la lectura.
Varias son las escenas que me gustaría destacar en esta cinta, siendo la primera aquella en la que Patsy, uno de los más jóvenes de la banda, decide intercambiar un dulce de nata por los favores sexuales de una adolescente de su barrio. El niño compra el dulce y se presenta en casa de la chica sólo para descubrir que ella está tomando un baño, por lo que decide esperar en el portal. Lo que ocurre a continuación es tan simple en su factura como tierno en su profundidad. Mientras el chico espera, sus ojos no se apartan del dulce, saboreándolo con la mirada. Ante la impaciencia, decide que no hará ningún mal catar un extremo del dulce, rebañando algo de la crema con sus dedos. Aunque recoloca la confitura dentro del envoltorio, pocos segundos pasan hasta que decide reabrirlo y probar un poco más. El espectador es testigo de la indecisión del chaval, que se debate entre una madurez temprana o la inocencia propia de su edad. Finalmente, cede a su candidez y devora el pastel con el ansia de un animalillo hambriento. La moraleja de esta secuencia es que, a pesar de que tanto él como su banda se mezclan con gangsters y caminan la peligrosa línea que separa la travesura del crimen, son sólo niños.
La pérdida de la inocencia para Noodles y su banda sucede más adelante. Gracias a su astucia, idean un mecanismo para recuperar el material que los contrabandistas arrojan al río cuando son sorprendidos por las autoridades. Comienzan a ganar un dinero que se reparten a partes iguales, ignorando las amenazas de Bugsy, peligroso líder de otra banda rival. Es aquí cuando Bugsy aparece para fulminar de un disparo al más joven de la pandilla, Dominic, mientras el resto corre para salvarse. Tras recuperar el cuerpo de su amigo y escuchar sus últimas palabras, Noodles desenfunda una navaja y ataca a Bugsy, apuñalándolo varias veces en el costado. Max, que está a punto de intervenir en su ayuda, se contiene al ver a dos policías aproximarse, uno de los cuales es también atacado por Noodles. Éste cumple varios años en prisión por delito de homicidio, mientras que Max aprovecha la coyuntura para hacerse con el control de la banda en ausencia de su amigo.
Años después, Noodles es liberado y ahí está Max para recibirlo por todo lo alto, celebrando una fiesta en su honor. No tarda en unirse a la banda y retomar la vida de gangster. Un tiempo transcurre y Noodles decide llevar a cenar a su antiguo amor, Deborah, para lo que reserva una salón de ceremonias entero al lado del mar. A pesar de esto, ella le anuncia su intención de salir de la ciudad, lo que disgusta a Noodles. Cuando ambos entran en el taxi de vuelta, sucede algo que muchos califican de innecesario. No sólo no estoy de acuerdo, sino que creo que la importancia de este suceso define toda la película.
Noodles intenta violar a Deborah. Es una escena desagradable y genera sentimientos encontrados, pero esto es deliberado. Hasta este momento había sido muy fácil para el espectador simpatizar con Noodles como el protagonista del relato, pero esta escena es un jarro de agua fría que le devuelve a la realidad: Noodles es un criminal. Tarantino comenta al respecto en una cadena inglesa: "Entra en contradicción con la información que la película nos da hasta ese momento. Cuando el personaje de DeNiro reserva el restaurante y dispone la cena, es muy romántico. Ellos caminan por la playa, lo que es increíblemente romántico. Y es entonces cuando entran en el coche y, sin previo aviso, intenta violarla. Es como si dijese: Te he dado todo esto, ahora dame lo que me merezco."
Estando de acuerdo con su primera reflexión, no termino de conformarme con la simplicidad de la segunda. En mi opinión, el intento de violación de Noodles es una reacción a la desesperanza y el resentimiento de perder de nuevo al gran amor de su vida. Noodles no es ningún héroe, sólo un niño marcado por la tragedia, con dificultad para gobernar sus sentimientos.
Tras conocer la verdadera identidad del misterioso señor Baley, un avejentado Noodles tiene la opción de satisfacer la petición de su anfitrión y acabar con su vida. Éste le recuerda que le robó su pasado, su futuro, su dinero y a su mujer, y sólo le dejó a cambio 35 años de sufrimiento. Noodles sopesa la decisión y, finalmente, levanta de su asiento para negar que reconozca a su viejo amigo Max en el hombre que tiene ante él. Admite haber tenido un amigo al que quería mucho pero que, lamentablemente, no sobrevivió a un encargo que nunca debieron aceptar. Acto seguido, abandona la sala.
A la salida de la finca, nuestro protagonista se encuentra con un imponente camión de la basura que repasa con la mirada, sólo para seguir adelante. Sin embargo, el camión se pone en marcha detrás de él, y Max aparece en ese momento. Mientras el camión avanza en dirección a Noodles, Max se coloca detrás, desapareciendo por completo. Él simbólico número 35 aparece dibujado en el lateral del vehículo y Noodles se gira para contemplar las afiladas sierras de la parte trasera del camión de la basura a las que, presuntamente, Max se ha arrojado. No obstante, la sorpresa de Noodles se adivina en su cara cuando no hay ni rastro del cadáver de Max. Aún hoy, esto genera un amplio debate. Algunos sostienen que Max no se arroja al camión. Otros argumentan que el hombre que sale de la finca no es Max, sino un fantasma. El propio James Woods confirmó no saber si su personaje estaba muerto o no, sólo hizo lo que en el guión estaba mandado. Cuando consultó a Leone por el final, él fue deliberadamente ambiguo respecto al tema. Además, admitió que para esa escena usaron un doble, a pesar de estar él presente en el set de rodaje.
En mi opinión, y a pesar de las intenciones de Leone, creo que la alegoría es aquí mucho más sencilla de lo que en un principio pueda parecer. En la conversación previa a esta escena, recordemos que Noodles admite haber tenido un amigo, pero éste murió. Ésa es la historia que él escoge y la razón por la cual no puede ver su cadáver. Noodles elige fingir que Max lleva 35 años muerto.
Lentamente, las luces traseras del camión se funden con los faros de una caravana de coches descapotables, sobre los que un montón de jóvenes brindan con champán mientras suena God Bless America, cantada por Kate Smith. La fina ironía cierra la historia de Max y Noodles subrayando las contradicciones de la tierra de las oportunidades, donde el éxito y la traición son dos caras de la misma moneda.
Sin embargo, la película no termina aquí. Aún tenemos tiempo de regresar a la época en la que Noodles, aún adulto, ha perdido todo: su negocio, su amor y a su amigo. Acude a un fumadero de opio y, tras aspirar de la pipa, se recuesta y mira a cámara. Una inquietante sonrisa cruza su rostro de oreja a oreja, la sonrisa de un hombre que olvida por un instante que no le queda nada Esta escena, junto a la del camión de la basura, dio pie a que mucha gente dedujese que la segunda mitad de la cinta es un viaje alucinógeno de Noodles producto del opio. No estoy nada de acuerdo por dos razones: la primera, que la gente suele agarrarse demasiado rápido a la barata conjetura del sueño, cual capítulo de Los Serrano; la segunda, que de ser así, la narrativa no lineal de la historia no tendría explicación, mezclando sueño y realidad en una amalgama incoherente.
Bajo mi criterio, la escena es sólo un pretexto para finalizar la película. Así de simple. Por un lado, se cierra el círculo: la película comienza con Noodles entrando en el fumadero de opio, y finaliza en el mismo lugar. Por el otro, la crueldad del relato es finamente acentuada con la risa de Noodles. Es una historia triste, pero es una historia de amistad. Alegría y dolor se alternan a lo largo de la vida de los protagonistas, de la misma manera que se alternan en el desenlace de la cinta.
En conclusión, considero grotesco que la película que Sergio Leone filmó con tanto cariño y dedicación no haya recibido la aclamación ni el reconocimiento de otras obras maestras, no sólo del género, sino de la historia del cine. El tiempo y el esfuerzo de sus allegados nos regalaron una versión muy parecida a la que el director tenía en mente, y mi convencimiento es pleno al afirmar que "Once Upon a Time in America" es, sin duda, uno de los más bellos relatos de la historia del cine.
Conviene aclarar que, cuando hace unas semanas hablé de Nolan y su inhabilidad para narrar a través de las imágenes, pensé que sería buena idea dedicar una entrada a diferentes películas que sí hubieran logrado este propósito. Más tarde, llegué a la conclusión de que presentar de forma arbitraria diferentes escenas sin relación entre sí hubiera sido algo caótico y confuso para el lector. No hubiera funcionado. Así pues, resolví afrontar esta entrada desde una perspectiva algo más concreta, y esta obra de Sergio Leone está repleta de valiosísimos ejemplos en los que el diálogo es prácticamente nulo. Queda patente que el cine pone a nuestra disposición una amplia gama de herramientas, y el diálogo es sólo una de ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario