miércoles, 22 de noviembre de 2017

Querido aficionado al cine de superhéroes

Con el último estreno de La Liga de la Justicia, he podido corroborar lo que hacía tiempo venía sospechando: eres mucho más entretenido que el cine que tanto te gusta. De verdad, te animo a que hagas la prueba y verás que no miento. Entra a un cine y mira a tu alrededor: público tan variado no se ha visto en ningún otro nicho. Treintañeros y críos de primaria, juntos y revueltos, comiendo palomitas como si llevasen días en ayunas, riendo con los mismos chistes insulsos, fascinados por el despliegue de ruidos y fuegos artificiales ante sus ojos. El de superhéroes es un género transversal que no entiende de edades, sexos, estrato social o intelecto.

Honestamente, pensaba que no llegaría a ver algo así. Cuando yo era un crío y mis padres me llevaban al estreno de Star Wars o Spiderman, yo salía alucinado; pero comprobaba con desilusión que ellos no. Con el tiempo, los chavales de mi generación (algunos incluso mayores) han envejecido, se han convertido en padres y ahora son el consumidor más codiciado por las productoras. Y allí donde hay un billete de más, Hollywood no pierde el tiempo.

Si no te reconoces en esta foto, amigo mío, sigue leyendo que tengo algo que decirte. 

Sin embargo, aún no te he explicado por qué eres tan entretenido. Resulta que cuando sube el rótulo de créditos y se encienden las luces en la sala, la película no sólo no ha terminado, sino que está a punto de comenzar. Las redes sociales arden, las webs de puntuación se colapsan, los blogs se llenan de juntaletras y tú, querido espectador, te ves indefectiblemente arrastrado por ese vendaval. No te culpo. Hay muchos complejos hirviendo dentro de la olla; y es muy terapéutico ventilar toda esa ignorancia y mala leche en compartir ésta o aquella noticia e insultar a todo aquél que guste de lo que tú no gustas y vicerversa. De nada sirve que el ya retirado Alan Moore, a quien respeto más como guionista que como personaje, haya repetido una y otra vez que cómic y cine son lenguajes distintos, inmiscibles. Tú aún sigues esperando esa gran película de superhéroes que te llene tanto como las páginas en las que se inspira y, por supuesto, nos calle la boca al resto.

Con esta ingenua ilusión, no te das cuenta de que has conseguido hacer de ti mismo una mejor película que la estrenada en pantalla; y lo que tiene más mérito: lo has hecho convirtiendo en trascendente, como si de una causa personal se tratase, una película que es netamente intrascendente. Cuando te miro, pienso en ese culpable espectador de Telecinco al que tanto desprecias. Siento que tengas que enterarte así, pero la verdad es que sois mucho más parecidos de lo que tú crees.


Cuidado ahora, no te asustes. Puedo adivinar lo que estás pensando, aunque todavía tienes que armarte de argumentos y valor para hacerlo: quieres ir a la sección de comentarios y responder con un sarcasmo que, por cierto, te queda muy grande. Te tiembla el pulso y sabes, muy en el fondo, que todo lo que estoy diciendo no es más que vaga pedantería. Quieres convencerme de que soy un hipócrita cuya diatriba es semejante a la tuya en las redes sociales; pero, de verdad, espero que me creas cuando te digo que lo mío no es la rabia canina que tú transpiras. Sólo elijo tomarme estas cosas con humor, reírme contigo y no de ti, aunque tú no te rías en absoluto.

Te prometo que he intentado ser paciente y comprensivo. Soy el primero en admitir que el cine, desde Mèliés, nació antes como entretenimiento que como arte, y las tradiciones hay que respetarlas. ¡Es una pura distracción, no hay que tomárselo tan en serio!; pero tú no puedes evitarlo. Imagino que los 80 debió ser algo parecido a estos tiempos de hogaño: fans de Van Damme y Steven Seagal amenazando con practicarse artes marciales entre ellos, a falta de redes sociales. "Espectáculo y negocio", que diría algún cínico soplapollas. La cuestión es que el espectáculo ni siquiera lo tienen que poner ya las productoras. Espectáculo... eres tú. 

Y ¿por qué, mientras yo me divierto con estos tontos juegos de palabras, me invade un relente agridulce? ¿Por qué me da la sensación de que ya no basta con hacer pedagogía cuando te dejen y claudicar más tarde entre risas? Hace un tiempo, Peter Greenaway dijo que el cine había muerto. Nunca tomé muy en serio a este sofisticado ególatra, pero empiezo a ver algo de verdad en sus palabras. El cine como espectáculo y evento social ha fracasado en su intento de renovación, está agonizando con apenas un siglo de vida y lo estamos rematando nosotros. Los que creen que el medio empieza y acaba en los blockbuster estivales, que El Caballero Oscuro es la mejor película nunca hecha y que Wonderwoman es una verdadera proclama feminista son los que empujan el puñal; pero los que nos tomamos todo esto a chanza porque no sabemos, no queremos o no podemos hacer nada al respecto somos cómplices de mirar impasibles el crimen desde nuestra torre de marfil. Para cuando se nos ocurra bajar, nos van a quedar pocas ganas de reírnos.

Hace un par de semanas dije que Hollywood no era ninguna democracia. Mentí. El cine se ha democratizado mucho y es un magnífico reflejo de los votantes; es decir, los que pagáis entrada.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Hollywood está muerto

Harvey Weinstein, padrino de facto para tantos cineastas como Tarantino, Kevin Smith y Ben Affleck, entre otros, ha caído en desgracia. O le han tirado, pero el resultado es el mismo y se está convirtiendo en una triste moda: ha sido defenestrado por prensa e industria un tío con las manos muy largas que abusaba de su influencia para meterlas donde no debe.

La vorágine de acontecimientos no se ha hecho esperar. Ensayados reproches por parte de algunas actrices, testimonios por parte de otras; y algunas que, como Emma Thompson, tienen la valentía de admitir que esto es así, siempre ha sido así y, a estas alturas, quien finge sorpresa no es más que parte de la conspiración del silencio. A todos se nos dibuja en la mente la cara de Meryl Streep, gran amiga de Weinstein, la misma que se vino arriba con el discurso feminista de Patricia Arquette en los Oscars de hace un par de años.


Suspicacias aparte, no he venido a juzgar a gente de la que poco o nada sé. De eso ya se han encargado los que tienen una reputación y una nómina que mantener; y, como por suerte o por desgracia, yo no tengo lo uno ni lo otro, me voy a permitir una reflexión que creo no haber escuchado todavía.

Desde que saltó el "escándalo", he leído diversas opiniones por aquí y por allá, pero hubo una que me dejó estupefacto por el cinismo que rezumaba. La que habla es Sophie Mathisen, una don nadie igual que yo, para el The Guardian:

"La industria del entretenimiento, construida sobre los sueños de gente joven e ingenua, tiene un gran peso en los beneficios de un sistema regido por una élite rica, masculina y blanca. Las mujeres, debido a su poca presencia en puestos de decisión, representan poco más que accesorios de dicha élite que maneja los hilos." 

Ésta no es una opinión aislada. La autora se permite incluso citar el lema de la segunda ola del feminismo, "lo personal es político". Si aún estáis despistados, no hay problema, os traduzco todo esto:

"Al igual que en los años 60 un valiente colectivo feminista defendió que las mujeres debían ocupar puestos de relevancia política para que sus circunstancias y conflictos se vieran bien representados, yo hoy invoco ese mismo razonamiento. Sí, vale, Hollywood está podrido hasta la base del pastel; pero el problema aquí es que las mujeres no tienen su porción".

Lo anterior es de mi cosecha, por si hay alguna duda. No encendáis las antorchas todavía, no estoy cuestionando los avances que desde entonces se han logrado en paridad de género, sino que apunto a la raíz del problema: el sistema sigue siendo igual de clasista y despiadado. El símil con Hollywood está muy bien escogido por Sophie, pero no creo que ella entienda por qué.

Por supuesto, Hollywood no es ninguna democracia; sólo es un mastodóntico conglomerado de multinacionales en declive tratando se salvar sus finanzas año tras año. Los señores (y alguna que otra señora, como Kathleen Kennedey) al volante de este tinglado son tiburones empresariales más preocupados por meter la mano en las carteras de los espectadores que por ofrecerles un buen producto. Ellos hace tiempo que resolvieron esa espuria dicotomía entre hacer pensar o entretener, para decantarse por la versión más bochornosa de la segunda; todo esto, por supuesto, en un viciado ambiente en el que escalar significa obliterar a quien tienes al lado. Hasta Sam Scribner admitió que los productores en Hollywood ni siquiera se leen los guiones porque, menuda sorpresa, ¡tienen profesionales contratados para eso! Dominar o ser dominado. ¿De verdad es necesario explicar por qué la gente como Harvey Weinstein llega tan lejos en un entorno tan implacable?


Más allá de la indudable lectura machista de los últimos acontecimientos, creo que éstos son un síntoma de lo que verdaderamente es Hollywood. No necesito conocer testimonios de primera mano para formarme esta idea; basta con echar un vistazo a la cartelera. Cuando pedís más feminismo, Hollywood os da su versión más deslavazada con "Star Wars" y "Wonderwoman"; cuando pedís más diversidad racial, os cuela "Distrito" o "12 años de esclavitud", películas que, aun pudiendo ser salvables como producto, no hacen otra cosa que caricaturizar la cuestión. ¿No queríais revolución? -dice Hollywood-. Aquí la tenéis, pero con gaseosa. Y el público se sigue aplaudiendo a sí mismo cuando paga la entrada, orgulloso de lo inclusivos e igualitarios que nos hemos vuelto. Mira que somos idiotas.

Hablar de la más que probable psicopatía subclínica de esta élite financiera o de la tendencia a las excentricidades sexuales y psicotrópicas de sus mimadas estrellitas sólo serviría para esquivar la raíz del problema. Hollywood no puede ni sabe cómo liderar un cambio social que ha venido para quedarse, y exigírselo es tan inconsciente como tratar de resucitar un muerto. Y Hollywood, como dice Paul Schrader, está muy muerto.

P.D.: No tenéis por qué caer en la edulcoración o el enseñanamiento que propone hoy Hollywood cada vez que quiere tratar un tema relevante. "Thelma y Louise" y "Haz lo que debas" son dos películas simpaticonas que demuestran que se puede generar conciencia en el público y entretenerlo al mismo tiempo. Lo mejor de ambas es que, no os lo vais a creer, ni siquiera necesitan insultar vuestra inteligencia para conseguirlo.