domingo, 22 de enero de 2017

Tres referencias perdidas en Oldboy

En el año 2003, un semidesconocido director surcoreano, Park Chan-wook, rodó una película basada en un manga cuyo relato encajaba bien dentro de la temática vindicativa que él pretendía convertir en trilogía. La cinta, llamada "Oldboy", fue un auténtico éxito en su país y, tras lograr el gran premio del jurado en Cannes (por énfasis de Tarantino, que influyó en la votación), se exportó al resto del mundo, considerándose hoy día una obra maestra.

Mucho se ha hablado de "Oldboy" desde entonces y considero que pocos halagos me quedan a mí por añadir. Sin embargo, tras ojear el manga (bastante mediocre en mi opinión) y descubrir las enormes libertades que el equipo de Park Chan-wook se tomó al filmar la película, me he propuesto compartir una serie de coincidencias más o menos veladas entre la trama de la cinta y otras obras culturales. Doy por hecho que tú, lector, has visto la película; de lo contrario, no sabes lo que te pierdes.


1. De diez a quince años.

En el manga, el protagonista es recluido durante diez años. Me llama la atención que esta cifra cambie en la película. ¿Fue debido a una mera conveniencia del guion? Es posible, pero me inclino a considerar una alternativa.

Antón Chéjov fue un autor ruso conocido principalmente por sus novelas cortas y cuentos. Su obra destaca por la profunda caracterización de sus personajes y el costumbrismo decimonónico. Pues bien, una de ellas, titulada "Una apuesta", narra la absurda disputa entre un banquero y un joven jurista a propósito de la pena de muerte. El abogado estima preferible la cadena perpetua pues, de este modo, se conserva la vida; el banquero considera más aceptable la pena capital, pues una vida de reclusión no es tal. Para demostrar sus diferentes puntos de vista, convienen que el abogado se someta a quince años de clausura en una caseta propiedad del banquero, con la condición de premiarle con dos millones de rublos al término. En mi opinión, el paralelismo entre cuento y película es más que evidente. Aquí dejo un enlace al texto de Chéjov, su lectura no os llevará más de diez minutos.

 

2. Hormigas.

Una de las secuencias más comentadas de la película es aquélla en que las hormigas surgen del brazo del protagonista. Se da por hecho que es la manera en que el director nos muestra cómo pierde la cordura, pero nada es tan sencillo con Park Chan-wook.

Luis Buñuel fue uno de los cineastas clásicos más admirados de la historia. Nacido en Aragón, se le considera el padre del surrealismo cinematográfico, y una de sus obras más conocidas es un cortometraje titulado "Un perro andaluz" en el que colaboró con Salvador Dalí. 


En el minuto 5:10 se muestra cómo las hormigas surgen de la mano de Pierre Batchef, al igual que lo harían más tarde en "Oldboy".


3. La tragedia de Edipo.

"Edipo Rey" es una tragedia clásica escrita por Sófocles en la que se nos narra el infortunio de Edipo, recientemente proclamado rey de Tebas, cuando éste resuelve descubrir quién fue el asesino del anterior monarca. A pesar de los avisos de familiares y súbditos, que le suplican permanecer en la inopia por su propio bien, Edipo descubre la fatal verdad: él fue quien arrebató la vida a su padre, antiguo rey de Tebas, cuando éste viajaba de incógnito; además, contrajo nupcias con su propia madre, siendo a la vez padre y hermano de sus hijos. Al conocer su desdicha, se mutila los ojos y se exilia.

El paralelismo es tan evidente que es fácil rastrearlo en Google. Oh Dae Su, a pesar de ser advertido por su amante y el hombre al que persigue, persevera en su investigación hasta admitir la culpa de un crimen que no recordaba haber cometido. Como castigo, se revela el incesto cometido con su hija y se corta la lengua. Sobra decir que el desenlace de la historia en el manga es completamente distinto. 

Es curioso comprobar cómo el insólito final que todo el mundo aplaude tiene sus raíces en una tragedia clásica milenaria. Por un lado, creo positivo que los autores reescriban la cultura clásica para darla a conocer a una audiencia más joven; por el otro, me apena que la cultura popular haya hecho caer en el olvido estas historias en favor de insustanciales refritos hollywoodienses.


Estoy seguro de haber pasado por alto otras referencias en la cinta (la de los juegos de lucha en 2D la he ignorado deliberadamente, así como otra más explícita al Conde de Montecristo), pero éstas son las que yo advertí con el paso de los años y que espero os animen a profundizar en las obras mencionadas.

domingo, 15 de enero de 2017

Silencio

Resulta curioso cómo el azar y la mercadotecnia han hecho coincidir en cartelera dos películas con tanto en común y, al mismo tiempo, tan diferentes como "Hasta el último hombre", de Mel Gibson, y "Silencio", de Martin Scorsese. Los paralelismos son evidentes: el actor protagonista es el mismo, Andrew Garfield, y ambas narran un viaje de fe en el que se ponen a prueba las convicciones de sendos personajes. De la involuntaria comicidad de la propuesta de Gibson ya hablé la semana pasada, es el momento de hacer el pertinente análisis del intento de Scorsese.

No soy una persona religiosa y carezco de la tentación de poner un apellido a mi falta de fe. La religión, simplemente, no es mi camino. Tampoco soy un fundamentalista del conocimiento empírico y el método científico, pero sí me fascina la existencia del sesgo, parcialidad de la que no está desprovista esta crítica a "Silencio". Confieso mi predilección por Scorsese, un cineasta capaz de hablar a través de la cámara, de comunicar ideas complejísimas con pocos y certeros recursos. "Silencio" no es una excepción, lo que no significa que la considere perfecta: el arranque me pareció mediocre; el desenlace, superfluo. No obstante, no me detendré en sus tropiezos, pues creo no hacen justicia a la obra.


Me he propuesto escribir esta crítica con la seriedad que la película se dedica a sí misma. Ésta nos narra el periplo por el Japón feudal del siglo XVII de dos jesuitas portugueses, Rodrigues y Garupe, en busca de noticias de su antiguo maestro, el cual parece haber renunciado públicamente a su fe por la brutal represión de los inquisidores imperiales. Con la ayuda de un apóstata japonés, consiguen cobijo en un poblado en el que se practica el cristianismo clandestinamente. Rodrigues comienza a observar los primeros detalles que le hacen reflexionar: los nativos parecen más cautivados por los amuletos religiosos y la promesa de un paraíso próspero que por el obsequio de la fe y sus ritos. Aquí advertimos la primera gran diferencia entre las películas de Gibson y Scorsese, y es que, mientras el primero se esfuerza por hacer dudar de su fe a su protagonista, el segundo consigue que la duda nazca por sí sola en la conciencia del joven jesuita. Esto contribuye a su caracterización, impidiendo que el personaje se nos vuelva plano. Rodrigues es un sujeto proactivo, no pasivo.

La segunda gran diferencia entre ambas cintas es su progresión. Las convicciones de Desmond Doss en "Hasta el último hombre" no hacen sino fortalecerse con cada prueba que supera, no así las de Rodrigues, que se tambalean con cada golpe recibido. El suyo es un viaje hacia la renuncia, la negación de los ideales y, finalmente, de la propia identidad; un viaje desde la certidumbre hasta la más completa sordomudez espiritual, en la que la apostasía bien podría ser un acto de amor hacia el prójimo. Quien espere un mensaje evangelizador se va a llevar una sorpresa, pues el silencio que da título a la película no es otro que el de Jesucristo, constante aludido en toda la narración pero siempre mudo. El teólogo Guillermo Juan Morado cometió ese error y salió del cine un poco desconcertado: "No acabo de tener claro lo que ha querido comunicar Scorsese. (...) No creo que la película tenga una completa correspondencia con la fe católica. Estoy convencido, más bien, de lo contrario".


La última y más importante diferencia reside en el tratamiento de la violencia. Mel salpica el escenario de sangre y vísceras con la esperanza de que eso cause algún impacto en el espectador (ya dijimos que en vano, pues sabemos desde el principio que nuestro protagonista no muere). No contento con esto, adereza las imágenes con incesantes estallidos y silbidos de bala que producen poco más que desconcierto al cabo de un rato. En la cinta de Scorsese, las escenas de tortura son una constante, pero su presentación es diametralmente opuesta: secuencias largas, planos estáticos y sonido ambiente, sólo interrumpido por los agonizantes aullidos.

Resulta estremecedor el ingenio de los métodos de tortura japoneses. Qué hijo de puta puede llegar a ser el ser humano. Sin embargo, la película no se percibe con sadismo, pues la mayor parte del metraje es utilizado para mostrar la reacción de Rodrigues frente a la atrocidad. Su desconcierto, su insularidad y su sufrimiento se reproducen en el espectador por obra de un vínculo innato (o no tanto) entre semejantes humanos llamado empatía. La audiencia percibe el conflicto interior del protagonista, tentado a la apostasía, más dolorosa que la tortura en sí.

Decía en el anterior párrafo, entre paréntesis, que suponer innata la empatía es muy heroico. Cuando la película terminó y la luz regresó a la sala, escuché que un chico que tenía cerca comentaba esto con su pareja: "Está bien, pero demasiado repetitiva". Ésta es la habitual valoración de alguien que no se ha enterado de nada. Una película no reincide en ciertos aspectos si no cree que haya algo importante que comunicar al espectador.

A propósito de esto, me llamó la atención las ganas que le quedaban al público de reír tras un buen puñado de atroces torturas. En una escena, el inquisidor japonés nos cuenta una fábula de príncipes y concubinas para explicar lo que supone para el Japón feudal la introducción del cristianismo. Imaginemos un hombre al que le sobran las pretendientas, con la mala suerte de que todas son muy feas; por ello, decide rechazarlas a todas. La audiencia carcajeó divertida. Como si hubiese escuchado las risas a través de la pantalla, el inquisidor persevera en su relato: imaginemos que toda la desgracia no es que las concubinas sean poco agraciadas, sino que son estériles. Ni una risa se oyó entonces. Pongamos ahora nombres a los protagonistas de nuestra fábula: Japón sería el apuesto príncipe; Portugal, España y el resto de países católicos, las infértiles mujeres. La escena termina y doy por hecho que aquellos que rieron la gracia no entendieron lo que el personaje pretendía explicar: el cristianismo es visto por el Imperio japonés como una forma de conquista, una de tipo espiritual; de ahí el peligro que conlleva.

En definitiva, no es una cinta fácil de ver. Es violenta, inteligente y pone a prueba la pericia del espectador con cada fotograma. Soy consciente de que no todo el cine es para todas las plateas, pero, si estás dispuesto/a a darle tu tiempo y tu dinero, descubrirás que la película da a cambio mucho más de lo que exige.



Nota: Como soy tan travieso, se me ha ocurrido buscar la calificación en Filmaffinity de un inocuo musical muy comentado a propósito de la miríada de Globos de Oro que se ha llevado, "Lalaland".

Valoración de Silencio: 6,3.
Valoración de Lalaland: 8,3.

Juzgad vosotros mismos.

domingo, 8 de enero de 2017

Mi problema con Tarantino

Es común que un cineasta, al proyectar su carrera, deba escoger entre dos caminos: la independencia o la comercialidad. La primera augura integridad y reputación, pero le condena al ostracismo y la escasez de recursos; la segunda concede fama y fortuna, a riesgo de tener que poner el culo cada vez que la productora decida que tu trabajo no coincide con su visión comercial. Sin embargo, los hay con la suerte de hacer de su cine un objeto de consumo masivo, gracias a lo cual gozan de los beneficios de ambos circuitos sin padecer sus desventajas.

Tarantino hace lo que quiere, y por ello es tan adorado como despreciado. Sus admiradores lo idolatran por su novedoso lenguaje visual, mientras que sus críticos lo acusan de plagiador, de saquear descaradamente tanto clásicos del cine como cintas caídas en el olvido; es decir, unos consideran que Tarantino ha reinventado el cine, y otros, que simplemente lo ha reciclado. Para mí, éste es un debate sin sentido, pues el director de Knoxville no tiene la culpa de que su tribu de acólitos le haya concedido méritos que no son suyos. Tristemente, el defecto que se suele omitir cuando se habla de Tarantino, y que creo constituye la crítica esencial a su cine, es mucho más subrepticio: Quentin carece de discurso propio. El pecado es aún más grande si se piensa en su obra como "cine de autor".


Primero de todo, es preciso no confundir fondo y forma. El estilo del cineasta es fácilmente reconocible, pero éste conforma el vocabulario de su cine, no su discurso. Intentad responder a esta sencilla pregunta: ¿de qué van las películas de Tarantino? En su cine no hay lugar para la especulación ni para sesudos debates sobre la condición humana; en cambio, Tarantino está aquí para contarte una de gángsteres, otra de artes marciales, otra de nazis y otra de vaqueros. Tarantino, pese al océano de recursos del que echa mano para montar sus películas, no tiene nada que decir. Harmony Korine, el heterodoxo director de "Gummo", trató de resumirlo así: "Cuando estoy viendo algo suyo, es muy divertido, pero después me deja una sensación de vacío".

Frente a lo vacuo de sus propuestas, los puntos fuertes de su cine están a simple vista de todos. La caracterización de sus personajes roza la perfección, consiguiendo que se graben en la retina del espectador. El abuso del diálogo, herramienta externa al medio (recordemos que el cine nació mudo), está justificado aquí por servir a un doble propósito: revela la información justa sobre la naturaleza de sus personajes al tiempo que sorprende a la audiencia por su ingenio. Igualmente destacable es su manejo instintivo de la rítmica cinematográfica, producto de incontables horas delante de una pantalla.

¿Es entonces un defecto tan grande no tener nada que decir cuando se está tan sobradamente cualificado? Para responder, pensemos en el título de este blog, "Risa enlatada". La risa pregrabada es un recurso que se utiliza sobre todo en sitcoms para acentuar momentos cómicos. Ésta es la definición amable, hay otra mucho más perversa: la risa enlatada está ahí para reírse por ti. No es necesario que te divierta lo que ves en pantalla porque la risa ficticia ya te dice que es divertido, y con eso basta. Es una herramienta de manipulación de masas que tiene como objetivo hacer de éstas un sujeto pasivo, no pensante. Siento sonar conspiranoico pero es la amarga verdad.


Tarantino ha hecho de esa pasividad su gran baza. Él hace todo el trabajo mientras tú te encoges en tu butaca y disfrutas del espectáculo. He aquí por qué su cine fascina tanto a la crítica como a la desinformada audiencia: unos elogian sus malabarismos estilísticos y narrativos; los otros simplemente pasan un buen rato antes de irse a la cama. Todos contentos... menos los que, como yo, vemos en Tarantino a un talento desaprovechado, a uno de los cineastas más dotados de la historia sin un solo pensamiento propio.

Uno de los pocos momentos en los que vi a un personaje de Tarantino saltarse los estrictos límites de su trama para comunicar algo fue, paradójicamente, en la que a mi juicio es su película menos lograda junto con "Django desencadenado", "Malditos Bastardos". En su desenlace, Shoshanna Dreifus prepara una cinta con un mensaje para la élite nazi reunida en su cine, donde se proyecta una película sobre un soldado alemán que asesina a decenas de enemigos. La audiencia, que asiste conmovida a la matanza del héroe, ve luego aterrorizada cómo el cine arde en llamas mientras Shoshanna ríe diabólicamente. Estoy convencido que ésta es la velada crítica de Tarantino a la pasividad del espectador, la misma que le inmuniza contra la violencia explícita de sus películas. Él es consciente de ella y, a pesar de todo, la repudia.


Respondiendo a la pregunta que planteé al inicio del quinto párrafo: sí, es grave que la obra de uno de los cineastas más influyentes del mundo sea un claro ejemplo de cine que piensa por ti, que esconde su falta de contenido aprovechando tu pasividad. Hasta me sabe mal escribir estas líneas, Tarantino es un héroe para todos los que vimos "Pulp Fiction" y creímos que el cine nació con ella; pero creo que haríamos bien en dejar la histeria atrás y asumir que no todo lo que toca es oro, aunque él esté convencido que sí.

Nota: "Los odiosos ocho" fue una película que generó reacciones dispares. La mayoría no entendió el pausado ritmo de la película ni logró entrar en su atmósfera. En mi opinión, la cinta tiene lo mejor y lo peor de Tarantino, pero me gustaría destacar su final: tras la ejecución de Daisy, el personaje de Samuel L. Jackson pide al supuesto sheriff que lea en voz alta la carta de Lincoln que, ambos saben, es falsa. Este momento advierte alto y claro de los fingidos valores sobre los que se edifica la puritana sociedad estadounidense. No es sutil y tampoco es perfecto, pero me reconfortó saber que, por una vez, Tarantino tenía algo que decir.

miércoles, 4 de enero de 2017

Les presento el Gólgota cinematográfico

Ayer fui a ver la última de Mel Gibson y salí deseando que de verdad fuera la última que le dejan rodar. Siendo honesto, no esperaba gran cosa, pero me forcé a darle un voto de confianza al artífice de "Braveheart", película que guardo con gran cariño en la memoria, y "Apocalypto", más que pasable historia de indígenas americanos matando otros indígenas americanos.

Si has visto la película, aquí tienes mis reflexiones y te animo a que compartas las tuyas; si no, puedes no seguir leyendo, o leer y agradecerme por ahorrarte las dos interminables horas que la cinta te roba.


Comencemos por lo básico, el primer acto, en el que Gibson ya ha tenido tiempo de herir de muerte la película nada más empezar. Puede que el espectador haya investigado un poco sobre la historia de Desmond Doss antes de ir al cine; para el resto de ignorantes como yo, el comienzo nos revienta el resto de la trama: vemos cómo nuestro protagonista, herido en una pierna, es evacuado en camilla del terreno de batalla. Esto, de por sí solo, no tiene por qué suponer nada malo, pero aquí es un flagrante error de cálculo por parte de Gibson y sus guionistas. En una contienda armada muere gente, claro, pero ya sabemos que nuestro protagonista será evacuado a tiempo; es decir, al menos hasta que llega ese momento, el espectador tiene la certeza que no le ocurrirá nada. La consecuencia es que asistimos a todas sus escenas de batalla sin la menor preocupación por él.

Éste es un juego de expectativas que, bien utilizado, sirve para redefinir una historia. Lars Von Trier comenzó su película "Melancholia", que narra las últimas horas de una familia antes del fin del mundo, mostrándonos el desenlace: la destrucción de la Tierra. La intriga ya no existe, por lo que el espectador presta mucha más atención a la historia que subyace. Mel Gibson no es Von Trier, a la vista queda. Como curiosidad, existe además una perversa analogía entre ambos: uno fue repudiado de Hollywood durante años por realizar comentarios antisemitas mientras que el otro fue expulsado de Cannes por realizar bromas sobre el nazismo. La diferencia es que Von Trier decidió tomárselo con humor.


No nos desviemos. Primer acto, decía. Tenemos una familia americana de clase media con todos los clichés que eso conlleva: un padre alcohólico que fue héroe de guerra y paga toda su rabia maltratando a su familia, una madre santurrona que aguanta el maltrato y dos hijos un poco idiotas. Familia tan típicamente disfuncional como el resto de familias americanas, cuya presentación ocupa los 20 primeros minutos de la cinta.

Mientras aún son infantes y ante la etílica mirada de su padre, Desmond riñe con su hermano y, mucho ojo a la criatura, le arrea con un ladrillo en toda la cara, dejándolo inconsciente. Después de esto, experimenta una epifanía nada sutil sobre Caín y Abel... y hasta aquí el rol del hermano, al que hacen desaparecer después y del que no se vuelve a saber nada. Lo importante es que, a partir de este momento, el pobre Desmond no deja de sufrir epifanías religiosas a lo largo de la película, y Gibson, que todos sabemos de sus filias judeocristianas, se empeña en que el espectador las sufra con él.

Pasamos entonces a la madurez de Desmond, cuando conoce a la chica de la que se enamora (cruce de miradas a cámara lenta y música Disney incluida) y la película coquetea peligrosamente con "Pearl Harbor", despropósito dirigido por Michael Bay. Cuando el nivel de azúcar empieza a ser dañino para la salud del espectador, entramos en otro segmento aún más bochornoso de la cinta: su adiestramiento como soldado. ¿Recordáis la famosa escena de "La chaqueta metálica" en la que Kubrick nos presentaba al Sargento de artillería Hartman, quien arrebata uno a uno la identidad de sus reclutas asignándoles motes humillantes? Pues cambiad al sargento Hartman por el buenazo de Vince Vaughn e imaginad el resto. Hasta nuestro protagonista se parte de risa en su cara, como hiciese el recluta Patoso, pero Mel Gibson no es tan valiente como para ponerlo de rodillas mientras se estrangula con la mano de su superior.

Aquí tenéis a Desmond riéndose en la puta cara de su sargento sin disimulo alguno.

Ahora viene la parte chunga, cuando el protagonista dice que no coge un fusil y alega ser objetor de conciencia, sin molestarse Mel Gibson en explicar el porqué ya que estaba demasiado ocupado contándonos la romántica historia de amor con su futura parienta. El espectador supone que sus inquietudes medicinales le impiden quitar vidas, pero, más adelante, un oportuno flashback nos revela que no, que es debido a que una vez apuntó a su padre con una pistola por abusar de su madre. Como se asustó mucho, se prometió no empuñar un arma el resto de su vida. O algo así. Yo qué sé.

El problema aquí es la premisa, la cual es clave para entender el desencadenante del conflicto. A la hora de plantear un guion tenemos dos opciones:

1. Sugerir una premisa y explicarla: Una vez justificada, contar el resto de la trama.
2. Sugerir una premisa y no explicarla: Suspendo mi incredulidad y dejo que la imaginación haga el resto.

Lo que nunca se debe hacer al mostrar una premisa es explicarla mal y a trozos, en este caso con flashback mediante, recurso que siempre he considerado la señal más evidente de que algo no termina de funcionar en tu guion. ¿Es Desmond objetor de conciencia porque le va la medicina, por sus convicciones religiosas, por su traumático pasado con su padre o todo a la vez? La justificación de la premisa va resonando pero nunca termina de ser concluyente ni de convencer al espectador. Tomad como ejemplo "Braveheart": William Wallace es testigo, al comenzar la película, de cómo el señor feudal de su aldea ejerce el derecho de pernada sobre la mujer de un vecino suyo. Él es consciente de la injusticia y, sin embargo, no mueve un dedo. Es más adelante, cuando su propia esposa es asesinada por negarse a copular con el señor feudal, que William descarga toda su ira e inicia una rebelión contra los ingleses. La premisa (la insurrección escocesa) está bien justificada, no así en "Hasta el último hombre".

Lo que sigue ahora es una serie de desafíos que ponen a prueba a Desmond: un compañero le provoca para pelear, su pelotón desconfía de él por considerarlo inútil en batalla desarmado y hasta su coronel le amenaza con meterlo en prisión si no se declara culpable de desobediencia. Todo esto está aquí con un único propósito: mostrarnos la determinación del protagonista. Sin embargo, estas escenas se me antojan prescindibles y repetitivas, ya que la entereza de Desmond se nos muestra más tarde y sin mesura en el campo de batalla.


Llegamos por fin al ecuador de la película y también al terreno en el que Mel Gibson, que ha cimentado una carrera a base de descuartizar secundarios, se siente más cómodo. La batalla de Hacksaw Ridge, donde Desmond tendrá que demostrar su valía, comienza con el pelotón subiendo por el acantilado y encontrándose un revoltijo de tripas, miembros seccionados y cuerpos calcinados que, pasados unos minutos, generan poco más que incomodidad. La razón es que, siendo conscientes de la inmunidad de Desmond al menos hasta que sea herido en una pierna, todas esas vísceras no representan un peligro real para nuestro protagonista. Algunos de sus compañeros mueren, sí, pero sabemos que él no lo hará. ¿Cómo soluciona Mel esta falta de tensión? Metiendo una serie de sustos a traición para espabilar al espectador, además de un indigesto sueño de Desmond en el que lo ensartan los japoneses. La película comienza a convertirse en una caricatura de sí misma justo cuando tendría que ponerse seria.

Tras media hora más de frenética acción, los japoneses repelen el ataque americano y los fuerzan a la retirada. ¿A todos? No, un irreductible médico llamado Desmond permanece en el campo de batalla y, tras su enésima epifanía cristiana, se transforma en el superhombre que el espectador lleva toda la película esperando ver. Planos del héroe, más cámara lenta y música épica lo acompañan mientras, uno a uno, recupera los heridos que se va encontrando y los pone a salvo en la retaguardia.

El capitán de su pelotón, que permanece en el hospital de heridos, advierte muy suspicaz que un montón de hombres comienzan a llegar procedentes del campo de batalla y decide preguntarle a uno de ellos cómo ha logrado salvarse. Éste responde el nombre de Desmond. Cariacontecido, un recluta se le acerca por detrás y le susurra al oído: "Desmond, el cobarde", en clara alusión a todo el puteo que le hicieron tragar durante su adiestramiento. Qué ironía. Las cosas de la vida. La escena acaba aquí, pero os cuento en primicia cómo continúa la conversación:

-¿Ha visto, capitán? A ver si nos hemos equivocado con el chaval.
-Sí, recluta.
-Pero ¿no ve usted la ironía? ¿No se siente usted un poquitín capullo?
-De acuerdo, recluta, lo he entendido.
-Me parece que va a tener usted que pedirle disculpas.
-Recluta, se está usted jugando una noche en el calabozo.
-Yo sólo digo que la moraleja aquí habla por sí sola... pero, por si acaso, la explico, no vaya a ser que el espectador sea un lelo y no la termine de coger.

Total, que tras más alegorías cristianas (bautizo redentor y manos ulceradas del esfuerzo, dándonos a entender que Desmond ha transmutado en el mismísimo Jesucristo), el capitán le pide disculpas y le suplica volver al día siguiente al terreno de batalla. Llegado el nuevo día y en señal de respeto, todo su pelotón retrasa el ataque unos minutos para darle a nuestro protagonista la oportunidad de rezar. El coronel, que parece ser el único con un poco de sentido común, llama por el teléfono de campaña y pregunta que si se han vuelto todos gilipollas, que por qué no atacan; pero lo que él no sabe es que están esperando a que el puto mesías reencarnado termine de rezar.

Con esta cara de intensidad miran todos a Desmond mientras le cuenta a Dios cómo ha ido la mañana.

Llegados a este punto, el espectador puede pensar que el cúmulo de despropósitos ya es considerable, pero no, aún queda uno más. Tras lanzarse envalentonados contra los japos (a los cuales esta película les debe haber encantado), consiguen finalmente su rendición. Un grupete de amarillos sale del búnker, bandera blanca en alto, sólo para tener la oportunidad de lanzar una granada a bocajarro. No contaban con el omnipresente Desmond, que aquí se quita el disfraz de hombre para convertirse en leyenda y palmea al vuelo la granada dirigida a su capitán, porque lo que no sabíamos es que además es un formidable jugador de pelota vasca.

No es broma, esto sucede de verdad.

Lamentablemente, nuestro protagonista es herido de metralla en la pierna, cerrando el círculo. Una vez evacuado, parece que a Mel se le acabó el presupuesto, por lo que para el desenlace decidió reutilizar imágenes de un documental ya rodado sobre la vida de Desmond Doss. Paradójicamente, estos últimos y cutres minutos resultan ser los más interesantes de toda la película. Fin.

La cinta es un inmejorable ejemplo de cómo contar mal una buena historia, deformándola hasta el punto de que el propio Desmond Doss, si siguiera vivo, probablemente ni se reconocería en ella. Cuando se va a narrar una historia basada en hechos reales, moda tan extendida hoy en día, el objetivo es hacer verosímil lo que ya de por sí es bastante increíble, no exagerar los hechos hasta la caricatura para buscar la respuesta fácil del espectador. A pesar de esto, echemos un vistazo a la recepción:

Filmaffinity: 7,5/10
Sensacine: 4,1/5
IMDB: 8,5/10
Rotten Tomatoes: 86% la crítica profesional, 93% la audiencia.

Arturo Pérez-Reverte aplaudió el sangriento delirio que es la cinta moqueando lagrimoso su gran olfato cinematográfico:


Y me pregunto yo: ¿estamos ante la inevitable decadencia del criterio fílmico? ¿Hemos sido finalmente abducidos por la pirotecnia del engranaje industrial, tal y como María Ripoll tanto desea? ¿Merece la pena buscar soluciones o buscar culpables? ¿El problema es también mío por ser un cínico incorregible? No lo sé. Ya no sé nada.