miércoles, 21 de septiembre de 2016

12 Películas fascinantes que (quizás) no has visto

Esta lista está pensada como una recomendación para el espectador casual que comienza a sentir la inquietud de ver algo diferente. Se trata, pues, de una serie de películas que, siendo perfectamente comprensibles, no dejan indiferente a nadie. Si usted es de los que han visto la trilogía de "La condición humana" ocho veces o ponen los ojos en blanco de gozo cada vez que ven una de Tarkosvky, es posible que estas películas no le muestren nada que no haya visto o sepa ya, mi querido y presuntuoso lector. Para el resto, es una buena pista para empezar a comprender y profundizar en este maravilloso arte.

Me gustaría aclarar que cada película está seleccionada según un requisito de representatividad dentro de la obra del autor, lo que significa que no he hecho caso de mis preferencias particulares para elegirlas. Es por esto que en la lista no hay dos cintas dirigidas por el mismo cineasta.

En la medida de lo posible, las películas son descritas sin reventar la trama.

"Dogville", de Lars Von Trier.

Empezamos fuerte. Sobresaliente disección sobre la falsa moral y la condición ruin y avariciosa del ser humano. Nicole Kidman, en una de sus mejores interpretaciones (la más exigente, en mi opinión), se mete en el papel de una fugitiva de alta clase que, sin llegar nunca a explicar el motivo de dicha fuga, arriba a un atrasado pueblo desconectado de la realidad social.

En un principio, los lugareños desconfían, pero acceden, con el apoyo de un bienitencionado joven que se enamora de ella, a ocultarla a cambio de pequeños servicios a la comunidad. Cuando el pueblo comienza a acostumbrarse a su presencia, la rutina muda en obligación, y la línea que separa la buena voluntad de la simple perversión se difumina.

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En adición a su insólita propuesta, la cinta es recordada debido al deseo del cineasta danés de experimentar con el decorado, pues decidió recrearla como una obra teatral, con escaso mobiliario y escenarios delimitados con tiza en el suelo. Puertas y paredes son invisibles, y en todo momento vemos a los habitantes del pueblo ocupados con sus quehaceres. Permanentemente obsesionado con la autenticidad de sus películas, intuyo que esta decisión responde a la obsesión de Lars von Trier de limpiar la trama de elementos que distraigan de la misma.

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Se rodó una secuela, "Manderlay", más predecible pero igualmente brillante, en la que el papel de Kidman está interpretado por Bryce Dallas Howard.

"Funny Games", de Michael Haneke.

Una familia es sorprendida en su casa de verano por dos educados jóvenes que piden prestados algunos huevos. A pesar de presentarse como los vecinos de la finca de al lado, los dos muchachos comienzan a comportarse de manera cada vez más impertinente y siniestra.

Hasta aquí puedo contar. Lo que en un principio pueda parecer una manida trama de género thriller (en cierto modo, lo es), sirve al director para jugar con las expectativas de la audiencia, necesitada de un desenlace confortador.

No es, a mi juicio, la película más redonda del director. Entonces ¿por qué la incluyo en esta lista? La respuesta está en cierto momento de la cinta, cuando acontece un perturbador ejemplo de metacine (cine autoconsciente) que ya es historia del medio.


El director austríaco rodó una versión estadounidense con Naomi Watts y Tim Roth. Es indiferente cuál elijáis; ambas son muy similares plano a plano.

"Holy Motors", de Léos Carax.

La cinta cuenta una noche en la vida de un camaleónico actor que se dedica a recorrer París en limusina, recreando todo tipo de papeles, desde un sicario hasta un estrambótico ser de las alcantarillas. La ficción de sus interpretaciones y la realidad de las calles de París apenas se distinguen en este relato, lo que puede confundir a una audiencia acostumbrada a una sucesión lógica de acontecimientos. Mi consejo: no la toméis como un desafío a vuestra inteligencia, pues la película no pretende en ningún momento ser descifrada. Esto "sólo" es cine.


"El odio", de Mathieu Kassovitz. 

Película francesa cuyo título es su objeto de estudio: el odio, en su vertiente más irracional, autodestructiva y cruel. Odio entre amigos, familia, clases sociales; odio entre seres humanos.

Ubicada en los suburbios de París, en donde el lenguaje es sustituido por un permanente ladrido, narra las 24 horas siguientes al descubrimiento de una pistola por parte de tres amigos: Vinz, el más impetuoso y violento; Saïd, el más ingenioso; y Hubert, la voz de la razón. Supuso la consagración de Vincent Cassel como actor de talento.



"El cuento de la princesa Kaguya", de Isao Takahata.

Una propuesta para todos los públicos que es radicalmente distinta a las anteriores de esta lista. Tras películas de inmenso calibre como "El viaje de Chihiro" o "La tumba de las luciérnagas", los de Studio Ghibli se la vuelven a sacar con una película que se demoró más de ocho años y que narra, con un estilo de acuarela, un antiguo cuento popular japonés.

Un anciano campesino encuentra una misteriosa muñeca dentro de un tallo de bambú. Ésta cobra vida y él decide llevarla a casa para criarla junto a su esposa. Con el tiempo, la niña crece y su belleza comienza a ser objeto de leyenda en todo Japón, debido a lo cual es educada como una princesa, con los lujos y reglas que esto implica. Sin embargo, ella revela un secreto a su familia: tendrá que marcharse pronto, contra su voluntad.

No ser fan del estilo anime japonés no es óbice para disfrutar de la belleza de sus imágenes o de la cristalina música de Joe Hisaishi. Una obra maestra de la animación clásica, tan desorientada últimamente por el éxito de las recargadas películas de animación digital.



"Clerks", de Kevin Smith.

Una película que es perfecta combinación de grosería y sátira mordaz. Considerado por muchos como una suerte de "Tarantino del cine underground", el estilo irreverente de Kevin Smith nació con esta película de ínfimo presupuesto y menores pretensiones, en la que un joven llamado Dante tiene que hacerse cargo en su día libre de la tienda de su jefe. Junto a él trabaja Randall, un socarrón con respuesta para todo, que está a cargo de un videoclub.

A lo largo del día se sucederán personajes y situaciones que obligarán a Dante a cuestionar su vida, sus metas y hasta su sexualidad. La película funciona como un compendio de diálogos rápidos e hilarantes en los que Kevin da rienda suelta a todo su ingenio.

Mención de honor para la escena en la que ambos personajes discuten la muerte de trabajadores autónomos inocentes en la destrucción de la segunda Estrella de la Muerte, en El Retorno del Jedi.


Una secuela se rodó en 2006 con el mismo dúo protagonista más Rosario Dawson, y está en marcha una tercera entrega. También se realizó una serie animada y un capítulo piloto para una sitcom, aunque de poco éxito. Fue todo un fenómeno adolescente, vaya.

"Noche en la tierra", de Jim Jarmusch.

Jarmusch ya era un nombre conocido en la industria del cine "independiente" (término que él siempre despreció) cuando decidió rodar está película, en la que se narran cinco noches protagonizadas por cinco taxistas de diferentes países.

Los encuentros casuales (nada define mejor el estilo de este autor que la palabra "casual") entre personas con diferentes orígenes y ambiciones sirven de pretexto para tratar conceptos como la comunicación, la empatía, la compasión o la solidaridad.


El episodio de Roberto Benigni se sale de la anterior reseña, ya que está ahí para que te rías sin mayor pretensión. Y vas y te ríes.

"El verano de Kikujiro", de Takeshi Kitano.

El nombre de Takeshi Kitano no sonará a la mayoría de lectores, pero si digo que es el chino jefe que aparecía al final de cada episodio de "Humor amarillo", a más de uno le sobrevendrá la nostalgia.

Bien, Takeshi no es chino, sino japonés; y su figura es sobre todo conocida en ese país por un buen número de películas repletas de violencia explícita y litros de sangre. Esto seguro que más de uno no se lo esperaba, pero lo que desde luego no cuadraba con su historial fílmico fue esta tierna "road movie", en la que un niño decide emplear sus vacaciones de verano en buscar a su madre, a la que nunca conoció. Lo acompaña Kikujiro (interpretado por el propio Takeshi), un antiguo Yakuza aficionado a las apuestas. Lo que sigue es un viaje físico e interno en el que ambos protagonistas se reconocen el uno en el otro y aprenden a llevarse bien.

Ya sé cómo suena todo eso. Es fácil imaginar la sensiblería, las bromas palomiteras, la redención del Yakuza reconvertido en niñera, la moralina de usar y tirar, etc. La sorpresa es que nada de esto ocurre. La cinta se torna entrañable, pero nunca roza la cursilería ni intenta aleccionar a nadie; incluso se percibe con cierto regusto amargo. Hay escenas cómicas, pero se tornan totalmente naturales gracias al empeño de Takeshi en construir un personaje creíble aun siendo parodia de sí mismo. Para cuando realmente llega el momento de ponerse emotivos, te pilla tan en fuera de juego que se te humedecen los ojos. Y eso es mucho para una película que, en principio, te deberías ver venir.

"Harakiri", de Masaki Kobayashi.

Una de mis favoritas, la comencé sin saber muy bien donde me metía y acabó impactándome tanto que, aún hoy, me emociona poder dedicarle unas líneas.

Sería una grosería decir que es una película de samuráis, y es que cuando pensamos en el Japón feudal de aquellos guerreros se nos viene a la mente el romanticismo, la épica, el código de honor, etc. Todo esto es tratado en la cinta de Kobayashi, pero no del modo que esperaríamos.


La premisa es simple. En el Japón del siglo XVII, los guerreros samuráis están en decadencia, y muchos de ellos deambulan de clan en clan amenazando con hacerse el harikiri en el patio de sus castillos, siempre con la esperanza de recibir una limosna que les anime a largarse a otra parte; es decir, meros extorsionadores con ninguna intención real de cometer harakiri. Una mañana aparece uno de estos samuráis pidiendo audiencia al señor del Clan de Iyi: afirma querer abrirse el vientre en su patio, ya que lo estima un lugar muy honorable para hacerlo. Dispuesto el ritual y por causas ajenas (o no tanto) al contumaz guerrero, la ceremonia se retrasa, por lo que éste ofrece contar la historia de su vida para amenizar la espera.


Lo que sigue es una odisea en la que se ponen en entredicho los valores más esenciales de estos guerreros de antaño, donde se muestra que ni el honor ni el orgullo dan de comer a una familia hambrienta. No os dejéis engañar por el blanco y negro ni por la longevidad de la cinta: la violencia explícita de sus escenas y de la trama es muy gráfica, lo que hacen que la película haya envejecido asombrosamente bien. Además, la belleza de su fotografía competiría sin ruborizarse con la más mimada de las superproducciones de Hollywood de hoy día.

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Cabe mencionar que se rodó una versión actualizada en 2011 que, sin ser una mala película por sí sola, carece de la elegancia e intensidad de la original. 

"After Life", de Hirokazu Koreeda.

¿Qué ocurre después de la muerte? Dejando hipótesis teológicas a un lado, en esta película se nos plantea un escenario de lo más singular: al morir, nos alojamos durante una semana en una residencia en la cuál nos piden que elijamos nuestro recuerdo más preciado, ya que ése será el único que podremos conservar al entrar en el "Más allá". Una vez decidido, un equipo de rodaje nos ayudará a filmar ese recuerdo con la mayor fidelidad posible.

Personajes de todo tipo se suceden en los despachos: un veinteañero nihilista, un viejo verde, un hombre que vivió una vida insustancial, una anciana con un retraso mental que sólo recuerda su niñez... Todos ponen a prueba la pericia de un grupo de interrogadores que se encargarán de ayudarles a escoger el recuerdo que los acompañará en su eternidad.

La tramposa premisa sólo es un pretexto para animar al espectador a hacer una reflexión sobre la vida que ha escogido. No es difícil reconocerse en alguno/s de los personajes que se nos muestra/n en pantalla, ya sean interrogadores o interrogados; y por ello, la película es un brillante ejemplo de cómo establecer un diálogo con la audiencia sin tener a los personajes contándonos la trama cada dos minutos.


"El protegido", de M. Night Shyamalan.

He aquí una película relativamente conocida pero poco referenciada. Cuando pensamos en Shyamalan, a todos se nos viene a la mente "El sexto sentido", "Señales" o aquella de los girasoles asesinos. Sin embargo y antes de degenerar en producciones de nula calidad, mi opinión es que el director oriundo de India alcanzó su cenit con esta película. Protagonizada, de nuevo, por Bruce Willis, en ella se nos infiere que un hombre bendecido por azar, genética o ambas a la vez pudiera ser la versión realista de lo que conocemos como superhéroe. Tarantino, confeso admirador de la película, resumió así la trama para una entrevista en Sky Movies: ¿Qué ocurriría si Superman estuviera aquí, en la Tierra, pero no supiera que es Superman?

La película está narrada con muy pocos cortes, algo muy inusual en thrillers y que confiere un ritmo lento que la audiencia no supo apreciar (y eso que aún no había venido Nolan a meternos mil cortes incoherentes por segundo). Shyamalan dosifica la información, mueve la cámara y construye la trama con la misma pausa de un escultor renacentista. Vale, quizá me haya pasado, pero es cierto que, aunque fue una cualidad que hace tiempo que el director perdió, ese estilo fue su mejor baza cuando aún empezaba.


"Más allá de las montañas", de Jia Zhang Ke.

Hay infinidad de películas sobre el amor. Es un género muy trillado que hace tiempo que dejó de sorprendernos. Mismas tramas, mismos dilemas, incluso mismos actores, pero todo esto tiene una explicación muy simple: casi todas hablan del amor romántico.

No obstante, el amor tiene muchas caras: platónico, correspondido, adúltero, posesivo, paternal, utilitarista, dependiente, pasional, tóxico... Es una pena que nos empeñemos en ver sólo la parte más frívola de algo tan complejo y universal.

"Más allá de las montañas" se sacude la ñoñería para hablarnos del amor y de sus distintas formas a través de dos generaciones diferentes de una misma familia. A lo largo de varias décadas, comprobamos cómo los distintos miembros son afectados y motivados por este sentimiento común, en una sinergia que gira turbulenta sobre sí misma como las luces del cartel promocional.

Además de su valiente propuesta, el director fue más allá y decidió rodar cada década valiéndose de las herramientas técnicas de la época. Así, vemos cómo la película comienza con tonos apagados y un formato 4:3 que pretende imitar el de los televisores más antiguos, para cambiar a un formato de pantalla más actual al saltar al siglo XXI, y terminar con una versión futurista y repleta de colores saturados en alta definición.



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Para finalizar, alguien se podría preguntar el porqué de tantas películas asiáticas en la lista. La respuesta es que, a día de hoy, aún se nos hace muy raro ver en los cines de Occidente una producción asiática, y, de esta manera, el público se ha estado perdiendo grandes historias en favor de anabolizados productos americanos. Cuestiones comerciales aparte, es cierto que nos es mucho más fácil empatizar con Will Smith o Tom Hanks que con rostros ajenos a nuestro quehacer diario, pero creo que es una tendencia que haríamos bien en invertir.

Hace ya unos años que el cine de autor oriental genera propuestas mucho más originales que el occidental. Si esto es debido a las diferencias culturales, educativas o estéticas, no sabría responder.

Si no me creéis a mí, os lo dice Park Chan-Wook, aclamado director de "Old Boy".