martes, 21 de junio de 2016

La genialidad que no llegó a ser

Esta entrada será breve y servirá como preliminar para la siguiente, en la que trataré el tema con mayor profundidad. La cuestión es que hace unos días me encontré en televisión con una película llamada "Wedding Crashers", del año 2005. Se trata de una comedia de pocas pretensiones, forzados gags y muy prescindible en la que dos oportunistas interpretados por Owen Wilson y Vince Vaughn se dedican a camuflarse como invitados en las bodas para seducir a las mujeres asistentes, predispuestas a dejarse llevar por la emoción de la ceremonia. Muchas son las horas que he gastado (pero no malgastado) con esta clase de películas, que bien podrían servir como ejemplo de cómo no hacer las cosas. Sin embargo, no son pocas las ocasiones en las que, entre chistes groseros y finales azucarados, emerge una genialidad que merece una consideración, incluso si ésta es fortuita e involuntaria.


Camino de la recta final de la película, el personaje de Owen Wilson anda algo resentido debido a que su compañero ha decidido sentar la cabeza y formar una familia, por lo que decide visitar a un viejo amigo, el mismo que concibió el método con el que hasta entonces los dos protagonistas lograban sexo fácil. Es entonces cuando entra en escena Will Ferrell haciendo, como es habitual, de sí mismo. Para sorpresa de nuestro rubio donjuán, su aprovechado amigo confiesa que ha reinventado su plan original, y es aquí donde ocurre lo improbable.

Mientras que el dúo protagonista se había pasado la película aprovechando la alegría y el entusiasmo de los invitados a las bodas, su homólogo empleaba la fórmula inversa: utilizaba la pena y la angustia propias de los funerales para atraer mujeres a su cama, cual león abalanzándose sobre la gacela herida. La película no parece ser consciente en ningún momento de la inteligente antítesis, pero ésta es mucho más que un catalizador para la insulsa trama.

Hasta este momento, la cinta, fiel a su género, predisponía al espectador a simpatizar con los protagonistas y perdonar sus travesuras. Es aquí cuando, enfrentado a un personaje repulsivo y holgazán, se muestra la verdadera naturaleza de su conducta; es aquí cuando el espectador comprende, si es un poco perspicaz, que nuestros encantadores protagonistas son en realidad un par de indeseables, y que su comportamiento no es más perdonable por aprovechar en su beneficio las emociones positivas de unas nupcias en lugar de las negativas de un sepelio. Alegría y dolor son dos caras de la misma moneda, y el golpe de efecto es completo: desde el principio, hemos visto a dos hombres despreciables manipular y engañar a las personas a su alrededor en la misma medida en que la película nos manipulaba y engañaba a nosotros, invitándonos a disculparlos.


Lamentablemente, la película es lo suficientemente valiente para dejarnos ver esto, pero no para darnos el desenlace que tan vil conducta merece. Perdona sabiendo (o no) que no merecen ser perdonados, y nuestro confundido protagonista se planta en una boda para recitar un contradictorio discurso sobre la pena que le dio ver a una mujer llorando en un funeral, el novio cretino de la chica adorable es dejado en evidencia, ella rectifica y se lanza a los brazos de Owen. Final feliz y créditos.

Es fácil concluir que nadie en esta película fue consciente de lo que tenían entre manos cuando aún se rodaba. No obstante, constituye un maravilloso ejemplo de cómo comunicar ideas complejas a través de imágenes, tema que servirá como eje central en mi próxima entrada.

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