lunes, 12 de junio de 2017

Crítica a "Pieles", de Eduardo Casanova

Crítica especializada y gremio artístico no suelen agasajarse demasiado el uno al otro; especialmente aquí, en España, donde hemos sido testigos, entre otros casos sonados, de cómo el matrimonio mal avenido entre Carlos Boyero y Pedro Almodóvar daba lugar a una de las más encendidas batallas dialécticas del séptimo arte. La primera película de Eduardo Casanova no ha sido la excepción; de hecho, la crítica se ha abalanzado sobre ella cual león sobre la gacela herida, y el público tampoco ha respondido favorablemente.

Pongamos las cartas sobre la mesa: no, no me ha gustado. Creo que tiene más fallos que virtudes, y de ensañarse con los primeros ya se han preocupado los críticos con nómina y una reputación que mantener. Yo, sin embargo, tengo cierta debilidad, como Albert Camus, por las causas perdidas.

Hablando de gente sin remedio, Eduardo Casanova es un chaval de sólo 26 años que se ha pasado media vida interpretando a un personaje grotesco en una serie tan obscena como es Aída, por lo que no es una sorpresa que su visión artística sea igualmente estridente. Hay gente que tiene sentido del ingenio para captar un subtexto y hay otros que necesitan un guantazo en la cara para poder pillar un chiste de Chiquito de la Calzada. Si perteneces a este segundo grupo, ¡enhorabuena!, es posible que percibas en esta película una profundidad oceánica donde el resto sólo vemos un vaso de agua medio lleno.


Ahora sí, sus defectos: la fotografía es una pose detrás de otra, sin que la película se haya ganado esos momentos; la dirección de arte es agotadoramente monocromática, en perjuicio de su carga dramática; la utilización de la música (que mezcla, porque sí, la Habanera de Carmen con lacrimógenas baladas a piano) acaba por ser un chiste de mal gusto; y el tratamiento que Eduardo hace de la temática se queda a medio camino entre la caricatura y la depravación. El guion quiere que te rías, pero no es divertido; las escatológicas imágenes quieren que te incomodes, pero dejan un poso de indiferencia. Respecto a esto último, el problema es que, en pleno siglo XXI, ya llevan unos años estrenadas cintas como Martyrs o El ciempiés humano, y la audiencia, salvo sexagenarios en adelante, no se escandaliza con tanta facilidad.

Tras cuatro párrafos, preguntaréis: ¿de qué temática hablamos? Eduardo Casanova tiene una malsana obsesión con la piel que recubre el amasijo de vísceras y órganos que llevamos dentro. Esa dualidad imagino que le habrá dejado más de una noche sin dormir. Con esto, ha elaborado un guion sobre personas con malformaciones y fetiches sexuales relacionados que, siendo sincero, es bastante sólido (que no eficaz). Y lo digo con sorpresa, porque viendo sus anteriores trabajos, esperaba algo a medio hacer; pero resulta que las historias de los personajes confluyen de manera orgánica y se finalizan dando respuesta a los anhelos y debilidades de cada personaje. El discurso de fondo revolotea en torno a la desproporcionada importancia que se le da al aspecto físico; la paradoja es que la película, como ya he dicho, se acaba quedando en la superficialidad que critica al no saber profundizar con ingenio en ese alegato.

Por encima de todo esto, creo que la mejor virtud de Pieles es que es valiente. Eduardo se la ha jugado, consciente de que le iban a llover los palos por travieso, y se ha descolgado por un precipicio a ver si así le prestaban un poco de atención. No se ha llegado a despeñar del todo, porque la película va a ser proyectada en el Festival de Berlín y el gremio ha cerrado filas en torno a ella, lo que prácticamente asegura la carrera como autor del "Fidel" de Aída. Las críticas, incluida ésta, no van a impedir eso; y me alegro de que así sea.

No me hubiera perdonado no incluir esta foto.

P.D.: Dejaré aquí una reflexión que escapa al fondo, que no a la forma, de Pieles. El año pasado se estrenó Crudo, película francesa que se llevó el aplauso unánime de crítica y público. La cinta de Julia Ducournau aborda los manidos temas de la búsqueda de la identidad y el homo homini lupus a través de una universitaria primeriza que descubre que le gusta morder carne humana más de lo recomendable. Con los considerables medios de los que dispone el cine francés, la burda trama (que además se toma muy en serio a sí misma) y la torpeza en el tratamiento del discurso, paralelas a las demostradas en Pieles, han tenido, no obstante, un premio y una aceptación mucho mayores que el trabajo de Eduardo Casanova. Ambas películas aparentan ser igual de incómodas de ver, y, sin embargo, en España aún nos autocensuramos fingiendo un puritanismo y una miopía que poco bien hacen al medio. Es posible que, quién sabe, si normalizáramos esta clase de cine, Eduardo Casanova tuviese que aplicarse un poco y echar mano de una retórica más elegante para escaparse de la norma y escandalizar al personal. Saldríamos ganando todos.