domingo, 31 de julio de 2016

¿Para qué o para quién se hace una película?

Hace unos días me senté a ver la mesa redonda que protagonizaron a finales del año pasado una serie de directores de amplia reputación y prestigio. Los participantes fueron: Quentin Tarantino ('Pulp Fiction'), Tom Hooper ('The Danish Girl'), Alejandro G. Iñárritu ('The Revenant'), Ridley Scott ('Alien'), Danny Boyle ('Trainspotting') y David O. Russell ('Joy'). Todos ellos se sentaron a charlar durante algo más de una hora sobre diversas cuestiones y no faltaron anécdotas y risas. El moderador propuso ciertos temas e intentó enfrentar las distintas perspectivas de cada uno de ellos, aunque no puedo evitar pensar que la oportunidad de ver junta a tanta gente competente quedó algo desaprovechada. La voz cantante la llevó indudablemente la dupla Tarantino-Ridley Scott, con un Iñárritu muy participativo aunque algo machacón, mientras que la presencia de Danny Boyle y Tom Hooper pasó a ser casi testimonial.

No obstante, al poco de comenzar el debate, Ridley Scott califica el cine de Tom Hooper como "high-brow", término que podría traducirse como elitista o de alta cultura. Tom Hooper reflexiona que él no hace películas para sí mismo, puesto que "para el momento en el que terminas una película, la has visto tantas veces que sólo buscas la misma frescura que experimenta el que la ve por primera vez", por lo que concluye que él hace cine para la audiencia, anticipándose a la reacción de ésta.

Ridley Scott interrumpe apresurado para estampar su particular cátedra cual sello de correos: "yo siempre hago películas para mí mismo". El moderador tiene la presteza de preguntar a Iñárritu su opinión, a lo que él responde con la misma retórica que insufla a sus películas: "como especie, los seres humanos nos reflejamos unos en otros. Si mañana una bomba atómica extinguiese la humanidad y yo fuera el último superviviente, ¿para qué haría una película? ¿Para verla yo solo? El cine nace de nuestra necesidad de expresar, de comunicar." Me quedé con ganas de oír a Tarantino manifestarse al respecto, aunque, sabiendo que él es uno de los pocos directores en el mundo con el respaldo financiero y la libertad creativa para hacer lo que le venga en gana, su posicionamiento resulta más que evidente.



El debate continúa su curso y esta cuestión, tristemente, no reaparece. Desde mi punto de vista, la considero no sólo fundamental, sino una pregunta que todo creativo, sea cual sea su campo, se plantea en algún momento: ¿para quién o para qué hago yo esto? Existe una disyuntiva clara sobre la que la gran mayoría se posiciona: unos dan preferencia a la audiencia, a la comprensión y el reconocimiento del consumidor; otros, a sí mismos como artistas.

Cuando Tarantino se planta con sus huevos toreros y se asocia con Robert Rodríguez (discutido talento donde los haya) para rodar un homenaje al cine de serie Z llamado "Grindhouse", evidentemente ambos sudan de la opinión de críticos, audiencia e industria. Después llega otro como Iñárritu y te dice que bueno, que sí, pero sólo porque sus pretensiones artísticas y comunicativas se lo piden. Otros, perfeccionistas como Tom Hooper, acaban hasta el higo de tragarse una y otra vez su propia película y deciden que total, la cosa está bien como está y mejor no tocarla más. Y alguno hay, como el humildísimo Ridley, que capaz es de pasearse por el set de rodaje con la bragueta desabrochada y la genitalia desbordada preguntándose qué clase de gente osa ver sus películas; porque claro, la cosa va de que él las disfrute en su Home Cinema al que, por cierto, no nos ha invitado.

Uno no puede evitar tirar de sarcasmo para desmenuzar cada uno de estos puntos de vista. Tarantino no podría hacer lo que hace si no tuviera a los hermanos Weinstein besando el suelo que pisa; Iñárritu no sólo se pierde en su retórica cuando filma una película, sino que, menuda sorpresa, también se pierde en ella cuando habla; Tom Hooper me parece honesto en su reflexión, pero no acertado; del ego de Ridley que hable Ridley.


Y yo, humilde y lozano, que aún estoy por aprender a coger una cámara, también tengo una opinión. No solo eso, tengo un blog, que no balas. Tampoco las necesito porque, en mi inopia, la respuesta es mucho más equidistante y moderada que la de los arriba mencionados: yo creo que el creativo se debe a su obra. Hablo de la misma dedicación que Tarkovsky sentía cuando decidió que huir de su Rusia natal, dejando un hijo allí, era la única manera en que podría seguir haciendo cine. El cineasta se debe a su cine como el pintor a su pintura, y el propósito último debería ser que su obra fuese lo mejor que pudiera llegar a ser. La razón es sencilla: el artista acaba por marcharse, el arte permanece siempre. Ridley puede pensar que su obra nunca lo sobrevivirá a él, pero lo cierto es que yo supe de la existencia de un bicho verde llamado Alien mucho antes de ver su barba pelirroja. En cuanto a Tarantino, llevo años pensando que, desde Kill Bill, él no hace cine, sino tarantinadas (aclaro que, en contra de una mayoría enfurecida, "The Hateful Eight" me parece lo mejor que ha hecho desde que comenzó el siglo). No dudo que él se lo pasa en grande escribiéndolas y rodándolas, pero la autocomplacencia es uno de los achaques más nocivos que puede sufrir un artista. 

Asimismo, un creativo no debería sentarse en la sala de montaje pensando en la audiencia. Es cierto que sería irreal no asumir que el cine, como toda industria, es un producto dirigido a un público que lo consume, pero existe un término medio entre sentarse a escribir una película en la que se toma por tonto al espectador y se le da todo mascado (Nolan, Nolan, Nolan, Nolan), y rodar algo completamente ininteligible.

En conclusión, el cine es un arte, y el arte está por encima de los egos y los colectivos que se empeñan en adulterarlo. El trabajo del artista, independientemente de la magnitud de su talento, es no olvidar eso. 

Hablando de talento.

martes, 5 de julio de 2016

El Renacido, la película fallida de Iñárritu

Hace unos meses, acudí el cine a ver la nueva cinta del director mexicano con cierto recelo. Iñárritu ya no tenía que demostrar nada. En películas como "Amores perros" y "21 gramos" había manifestado un formidable dominio de la narrativa, con el añadido de dificultad que tiene el montaje de ese género fílmico de tramas cruzadas. Con "Babel", aunque también notable, ya demostró cierta artificiosidad y tendencia a excesos, lo que no hizo más que quedar patente en su siguiente largometraje, "Biutiful". Empero, los excesos de los que hablo no son producto de un copioso presupuesto o de contar con muchos medios, sino de un forzado drama, una necesidad teatral de presentar las miserias de unos personajes con un gran bagaje emocional detrás. El experimento que fue "Birdman", con la cual recibió el premio de la Academia a la mejor dirección, no hizo sino resaltar esta flojera.

Con esto, la idea de poner a Iñárritu al frente de una historia de venganza y tragedia con un presupuesto de superproducción no parecía ser la mejor. Además, contar con DiCaprio (que como ya dije, bascula hacia la sobreactuación) como reclamo para el público más casual no hacía más que disparar todas las alarmas.

Como doy por hecho que, a fecha de hoy, una gran mayoría de público acudió a ver la película, comentaré qué fue lo que no funcionó en ella, comenzando por el título. Me explico. En inglés, la palabra revenant puede traducirse como "el que regresa" (de la muerte, se presume). En su traducción hispana, el concepto es básicamente el mismo. Es ésta la idea que la película, de forma excesivamente reiterada, se esfuerza por poner en la mente del espectador. Varios ejemplos:

-El personaje de DiCaprio saliendo de la tumba a la que Tom Hardy lo ha arrojado.


-Su periplo río abajo, aludiendo al bautizo.


-Esta es bastante más evidente: DiCaprio emergiendo del vientre de su caballo, en el que se había refugiado para retener el frío. Simboliza el parto.


-Si la anterior era obvia, la siguiente es tan sutil como una hostia con la mano abierta.


Queda claro que Iñárritu, con todas sus virtudes, no es el maestro de la sutileza. Las alegorías visuales funcionan cuando quedan repartidas a lo largo de la película como un acertijo a resolver, pero la solución a éste ya la sabemos con sólo mirar el cartel de la película y leer: "EL RENACIDO".

Hablando de la fuerza visual de las imágenes, otra pega. El encargado de la fotografía en la película, Emmanuel Lubezki, ya había trabajado con Iñárritu en "Birdman", consiguiendo en ambas el Oscar a la mejor fotografía. Para esta película, despliega una galería de imágenes panorámicas de una belleza incuestionable, contrapuestas con la cercanía de la cámara a los actores cuando toca narrar la trama. Éste es un juego de oposiciones con el que ya experimentó el cineasta ruso Serguei Eisenstein en "El acorazado Potemkin", allá por 1925. Viene a ser esto:


Versus esto:


El espectador siente que casi puede tocar lo que hay en pantalla. Creo que esto es, puntualmente, un acierto, haciéndonos partícipes de la trama al tiempo que nos hace comprender que, frente a la naturaleza, el hombre y sus aflicciones son insignificantes. El problema es, de nuevo, el abuso que se hace de este recurso en la película, buscando el impacto visual. Las imágenes son bellas, sí, pero desde los primeros compases de la película ya hemos entendido la sintaxis; el resto sólo añade metraje innecesario. Una trama de venganza bastante simple que podía haber sido rodada en poco más de hora y media se convierte en una galería paisajística de casi tres horas que no añade nada a la trama. Iñárritu se pierde en su retórica y no comprende que más no siempre es más. 

Pero no todo podían ser defectos. Como ya he dicho, la película busca en todo momento la cercanía del espectador a los personajes. En este sentido, el último plano de la película en el que Leo mira a cámara me sugiere dos cosas. La primera, un personaje abatido que, habiendo obtenido su venganza, ya no tiene motivo para vivir; la segunda es mucho más enrevesada. Hoy en día, es algo muy poco común en el cine comercial dejar que la cámara acompañe en todo momento cuando una escena trágica o desagradable acontece. La tendencia siempre es recortar la escena o edulcorarla con música. Entiendo que el público casual no quiera pagar una entrada para sentirse incómodo frente a una pantalla de cine, pero de esta manera se pierde la gran carga emocional de la película. Iñárritu es lo bastante valiente para mostrarnos lo que ocurre tal y como sucede. DiCaprio rompe la cuarta pared y nos mira porque sabe que hemos sido testigos de su odisea y, lo que es más importante, nos lo hace saber.


Siguiendo con el apartado visual de la película, el ataque del oso a nuestro héroe es el momento en el que comienza su peregrinaje hacia el renacimiento. Esta violenta escena fue muy elogiada por su proeza técnica, y con razón. Aparte de los gestos de sufrimiento de DiCaprio, los efectos digitalizados son los protagonistas de esta escena; y mientras que unos puedan pensar que esto era necesario para filmarla (no vale la pena arriesgar la salud de un actor que vale millones poniéndolo frente a un oso de verdad), yo no estoy tan seguro.

Recordemos que la película busca en todo momento el realismo. Con este propósito, la cinta fue rodada con luz natural (un verdadero dolor de cabeza al estar la filmación supeditada a las condiciones atmosféricas), en localizaciones vírgenes y con un DiCaprio aguantando el frío y comiendo hígado de bisonte. Los efectos digitales no tienen cabida en ese universo de hiperrealismo, por la simple razón de que la tecnología aún no ha logrado emular la fisicidad de los objetos reales. Los espectadores sabemos en todo momento que el oso que ataca a DiCaprio está computerizado, al igual que la caída por el barranco de su caballo y la manada de bisontes. Esta fue una mala elección a la hora de concebir el proyecto, porque genera un sentimiento contrario al que busca la película: que la audiencia se sumerja en la trama.

¿La alternativa? Esto es cine, señoras y señores. Aquí cabe cualquier solución, siendo una de las normas no escritas más longevas del séptimo arte la de sugerir en lugar de mostrar. El ataque podría haber estado inferido de mil maneras distintas sin poner a DiCaprio enfrente del oso o tener que digitalizarlo.



La necesidad de mostrar más de lo necesario nos lleva a otra mala decisión: los planos secuencia. Iñárritu pareció cogerles el gusto en "Birdman", y la película comienza con una espectacular secuencia sin cortes (trucada, imagino) en la que el asentamiento de los protagonistas es atacado por un grupo de indígenas. La proeza de la coreografía está fuera de toda duda, sin embargo, yo prefiero distinguir dos tipos de planos secuencia:

1. Los que sirven a la trama. Son aquellos que están filmados con un propósito narrativo, con tanta naturalidad que el espectador no se percata en ningún momento de que no hay corte. Se puede pensar en ellos como la mejor manera en la que una secuencia podía haberse grabado, como si la escena misma lo pidiese. El cine de Tarkovsky, al que aludiremos más adelante, está plagado de ejemplos.

2. Los que sirven al espectáculo. Aquí la trama tiene una importancia secundaria: puede que avance, pero el plano secuencia esta ahí para que alucinemos con él, no para que entendamos qué está ocurriendo. De hecho, en este tipo de secuencias, es muy común que no seamos capaces de percibir mucho de lo que sucede en pantalla porque nuestra mirada está tan confusa que no sabe dónde pararse.

La escena con la que se inicia la película pertenece a esta segunda generalización. No es que haya nada de malo en ello, pero me es imposible no pensar que esa secuencia podía haberse filmado de otra manera menos espectacular y más nítida. La cámara pasa de un sujeto a otro, y, para cuando la acción ha terminado, el espectador no es capaz de recordar la mitad de lo que ha visto.

Ahora bien, alguien podría argumentar que ésa es precisamente la intención: evocar el caos. Pudiendo ser cierto, pienso que es mucho más efectivo dar unos segundos al público para que respire y entienda que lo que hay en escena es precisamente eso, caótico. De otra manera, está demasiado ocupado intentando seguir todo lo que ocurre en pantalla y no tiene tiempo de reflexionarlo.


En cuanto a las alusiones al cine de Tarkovsky, es una anécdota que ha generado mucha polémica. Andréi Tarkovsky fue un director ruso que sólo filmó siete películas a lo largo de su carrera, todas ellas clave en la historia de la cinematografía y tremendamente fascinantes para cualquier entusiasta del cine. Sus largometrajes son desconocidos para el público general por ser densos y abstractos, pero parece que no para Iñárritu. Las referencias en "The Revenant" son evidentes, así que corresponde al lector juzgar entre apropiación y homenaje. En mi opinión, hay un poco de ambas. Un homenaje es una referencia puntual y disimulada, pero Iñárritu se sirve de muchas de las ideas visuales del director ruso para contar su particular odisea.


Por último, me gustaría mencionar las cualidades benévolas con las que dotan al personaje de DiCaprio para hacerlo más atractivo y que son más evidentes en el desenlace de la película. 
Nuestro protagonista vive una aventura repleta de miseria y sufrimiento con el único móvil de la venganza. Sin embargo, cuando al fin está al alcance de sus manos, no liquida al asesino de su hijo; en su lugar, lo arroja a un riachuelo y deja que los indígenas decidan qué hacer con él. Esto requiere una altura moral que gusta mucho a los productores de Hollywood, aunque ellos no sepan muy bien de qué va esto de la moral. No obstante, la razón es clara: que el público simpatice con nuestro héroe y su tragedia en detrimento de su credibilidad, porque nunca se nos cuenta muestra cuál es el motivo de este cambio de actitud.

Estos son detalles menores que no deslucen la película pero que procede señalar. En conclusión, "The Revenant" es una cinta correcta en la medida en que hay una gran cantidad de buenos profesionales que trabajaron en ella e hicieron una labor magnífica, pero es una película tan irregular como el talento de su director, que en ningún caso fue esta vez merecedor del premio de la Academia aunque ése fuera el reclamo generalizado. En mi opinión, las pretensiones de Iñárritu y su equipo a la hora de insuflar trascendencia y lirismo son inefectivas porque, entre otras cosas, la trama da para muy poco. Presiento que la película, dentro de unos años, será recordada como aquélla por la que DiCaprio recibió un Oscar y no por los méritos cinematográficos de la misma. 


Edito: Año y medio después, reviso esta crítica y me siento obligado a aclarar que comparto ciertas cosas; otras, no tanto. Por ejemplo: sigo creyendo que la película tiene mucho de galería gratuita, pero me importa menos que sirva o no a la trama. No obstante, no reescribiré la entrada por un simple criterio de honestidad.