sábado, 27 de enero de 2018

Watchmen, Zack Snyder y... Marshall McLuhan (II)

Cinco meses lleva la primera entrada que dediqué a Watchmen en suspensión indefinida, suplicando un remate que no llega. La intuición, aquello que quería decir, estaba ahí, pero las palabras se me escurrían de los dedos. Ayer, mientras revisaba material de texto, me encontré con un aforismo que, si bien no me era desconocido, puso en mi boca aquello que no encontraba: "el medio es el mensaje". El autor fue un pensador canadiense llamado Marshall McLuhan, un visionario que, como tantos otros, recibió palos hasta en los empastes por el horrible crimen de adelantarse a su tiempo.

Tradicionalmente se ha establecido una dicotomía entre medio y mensaje, forma y contenido, significante y significado. McLuhan se atrevió a cuestionar este divorcio, aunque le traicionó un estilo excesivamente metafórico que coqueteaba con el oscurantismo y supeditaba el análisis a la insinuación.  


La primera entrada que escribí sobre Watchmen giraba en torno a la incuestionable influencia de Nietzsche en su guionista, Alan Moore; para la segunda, me propuse demostrar cómo la película no es fiel al pensamiento que había concebido el cómic, pero un nuevo vistazo a la cinta de Zack Snyder bastó para dejarme sin argumentos: era un calco descarado. Desde entonces, he leído a muchos juntaletras magnificar las nimias diferencias entre el cómic y su versión cinematográfica, y en Youtube circulan decenas de vídeos que pontifican sobre las imperdonables traiciones al espíritu de la obra de Moore; pero, en mi honesta opinión, una y otra son casi indistinguibles de la viñeta al plano. Sí, hay un par de cambios aquí y allá, pero casi todo en pro de su acondicionamiento para la gran pantalla.

Watchmen fue concebido como cómic (sigo pensando que "novela gráfica" no es más que un eufemismo para acomplejados), y la interpretación nietzscheana del mismo sólo se sostiene en ese medio. Cuando el profesor Milton Glass escribe aquello de "Dios existe y es americano", me siento vagamente inquietado; cuando su homólogo lo suelta en la película, se respira cierto tufo a autoparodia. Cuando el Dr. Manhattan habla en presente de un suceso pasado y describe el futuro como un déjà vu, corro a invocar el eterno retorno de Nietzsche; cuando, y sólo porque así le conviene al guionista de la película, un bicho azul me cuenta su vida al tintineo de la música de Koyaanisqatsi, me parece comedia involuntaria. Las ideas están ahí, pero adulteradas, y la película no consigue evocar lo que el cómic hizo tan bien. Al igual que un alumno poco espabilado, Zack Snyder y su equipo copiaron el examen del compañero a trompicones y con la carga de tinta del bolígrafo medio seca.


Retomando a McLuhan, el medio no sólo contiene el mensaje, sino que le da forma, de la misma manera que el agua adopta la hechura del recipiente. Él lo supo mucho antes de la publicación del celebrado cómic, y Alan Moore no ha hecho sino darle la razón siempre que le han preguntado: cómic y cine utilizan códigos distintos. Watchmen no necesitaba una adaptación, sino una reescritura a partir de las ideas que lo concibieron; pero nadie se tomó la molestia de hacer este trabajo, ya fuese por aprensión o incapacidad. Como prefiero tomar a Zack Snyder por inepto antes que por mezquino, me figuro que no conocía el aforismo de McLuhan; de lo contrario, no habría rodado semejante caricatura.