jueves, 9 de junio de 2016

En defensa de Leo

En una nota más seria que la anterior, quiero suscribir que DiCaprio es, en mi opinión, un excelente actor que lamentablemente tiende a la sobreactuación. Sí, Leo (le llamo así porque ya es como de la familia) sobreactúa; cuanto antes lo asumamos, antes podremos disfrutar sin fanatismos de su talento.

Creo que ni DiCaprio ni su tribu de acólitos parecen haber entendido que gritar mucho, gruñir y enseñar los dientes no equivale a una gran actuación. El espectador medio enmudece ante un tío que se queda sin voz al recitar sus diálogos y piensa "Oh, se está metiendo en el papel". Nada más lejos de la verdad. Ser un actor carismático no significa ser un buen actor, y DiCaprio zigzaguea entre uno y otro. Esto no es óbice para resaltar las virtudes del intérprete de Los Angeles, entre las que se encuentran una mirada muy expresiva y su dominio del lenguaje corporal, pero no puedo evitar pensar que están aprovechadas de manera muy irregular.

¿Qué es la sobreactuación? Coincidiremos todos en que la sobreactuación es una interpretación exagerada, obvia y teatral que nos genera risa y vergüenza ajena a partes iguales, pero centrémonos en lo de teatral. Un intérprete de teatro debe alzar la voz, debe gesticular y llenar el escenario de manera que hasta el espectador de la última fila del recinto pueda oírle y sentirle. Por esa razón, cuando vemos alguna grabación en vídeo de una obra teatral en la que sí podemos ver con cierta nitidez los rostros de los actores nos parece desproporcionada y grotesca. La sobreactuación es mucho más evidente en una pantalla.

Leo no termina de comprender que en una actuación contenida es mucho más meritorio sacar la expresividad. El mejor ejemplo que se me ocurre es el de Al Pacino (otro actor que más tarde derivó en histeria pura) en la saga de El Padrino. El de Michael Corleone es un personaje complejo y torturado, endiabladamente inteligente, que progresa desde un cívico recién licenciado a despiadado jerarca de una familia de mafiosos. Sin embargo, esta progresión se intuye, se adivina en sus ojos, pero nunca se manifiesta en desquiciados gestos ni discursos maquiavélicos. Algunos puntualizarán que eso era lo que pedía el papel y, pudiendo ser cierto, también lo es que limitarse a entregar sólo lo que pide un personaje no es tarea fácil para DiCaprio. Él está convencido de que tiene que darlo todo.

En muchas de sus películas, el actor tiende a entrar en escena ya tenso. ¿Es esto deliberado o simplemente es el registro en el que se siente más cómodo? No sabría decir, pero no es buena señal que en las escenas de calma un actor luzca inquieto, como si de una bomba de relojería se tratase, y en las de mayor pasión eche mano de un habitual melodrama, lo pida la escena o no. Varias de sus actuaciones se parecen unas a otras porque Leo tiende a recurrir a los mismos tics en los momentos de mayor intensidad. Honestamente, ¿cuál es la diferencia entre estas cuatro imágenes?

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La respuesta es clara: ninguna. Es la misma cara de intensidad de Leo, pero en cuatro películas distintas y, lo que es peor, en escenas con un contenido emocional totalmente distinto, a saber: furia, sufrimiento, euforia o angustia. No pretendo convencer a nadie de lo evidente ni es una crítica hecha desde el desprecio. DiCaprio me gusta, y me gusta mucho, pero no se merecía el Oscar. De todas las candidaturas que obtuvo a lo largo de su carrera y sin quitar mérito al resto, la única verdaderamente merecedora del premio fue la primera. El sincero propósito de estas últimas dos entradas es que, en adelante, la gente sea capaz de ver una interpretación suya con otros ojos, unos mucho más serenos.

P.D.: El siguiente vídeo no tiene desperdicio.


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