jueves, 23 de febrero de 2017

La sencillez de las emociones

Existe un equívoco según el cual el buen cine debe ser complejo, poco accesible, cínico y trascendente; idea errónea a la que admito haber contribuido (creedme, sin premeditación) de cuando en cuando. Hoy me he propuesto convenceros de lo contrario.

Hace un par de días escribí una crítica a "Manchester frente al mar" que, más que un concienzudo análisis, era una descarada burla. La razón es que la película está tan empeñada en hacerte creer que lo que ves es triste y que sus personajes tienen traumas sin resolver que, paradójicamente, acaba por causar el efecto contrario. Sí, existen maestros de la psique humana, como Lars Von Trier, capaces de manipularte para hacerte sentir exactamente lo que ellos quieren cuando ellos quieren; pero Kenneth Lonergan, director y guionista de la citada película, está muy lejos de ser uno de estos magos del engaño.

Para ayudarme en mi labor, comparemos la pretendida densidad emocional de las dos horas que dura "Manchester frente al mar" con un mediometraje francés de poco más de media hora titulado "El globo rojo", sorpresivo ganador del Oscar a mejor guión en 1956. En él, un niño encuentra un globo atado a una farola y decide quedárselo. Más tarde, el globo parece cobrar vida y, agradecido, acompaña al joven allá donde va. Esto es todo, sin apenas diálogo de por medio.


Treinta minutos bastan para insuflar vida a un objeto inanimado, a través del cual redescubrimos la felicidad en la sonrisa del niño, el valor de una amistad cómplice, la injusticia en la muerte impostada y la solidaridad que nos redime de ésta. Repito: treinta minutos, un niño y un globo. Podéis disfrutarlo a continuación:


Más allá de cerebrales debates sobre la ética y la estética, el cine es un arte; y como tal, su valor reside en las emociones y la honestidad con la que los transmite. Cuando no existe esto último, es muy fácil ver las costuras del engaño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario