lunes, 6 de febrero de 2017

La cultura del ocio

No tenía pensado escribir nada sobre los Goya. La verdad es que, como le pasa a Rajoy, no he visto ninguna de las películas nominadas este año, aunque sospecho que los motivos del presidente del Gobierno son bien diferentes a los míos. Sin embargo, no he podido pasar por alto una entrevista a Juan Antonio Bayona, flamante ganador del Goya a Mejor Director, que me ha generado una carcajada tras otra. Aquí la dejo por si alguien la echa en falta. Vaya por delante que considero a Bayona un cineasta capaz y solvente que, lamentablemente, no ha sabido o no ha querido traducir eso en material de calidad.


La entrevista empieza fuerte, a la yugular. "La cultura debería ser una cuestión de Estado", clama un personaje que no parece conocer la diferencia entre cultura y ocio, entre arte e industria; un personaje cuya opera prima fue una vulgar película de terror con pretensiones y que más tarde pasó a rodar una cinta que convertiría, sin pudor alguno, el trágico tsunami del 2004 en un pirotécnico melodrama (si os digo que la productora es Telecinco es fácil atar los cabos), todo para recreo de unos actores pasados de vueltas. Este año estrenó "Un monstruo viene a verme", y qué quieren que les diga: si me engañas una vez, es culpa tuya; si me engañas dos, es un despiste; si me engañas tres, la culpa ya es mía. A propósito de Telecinco, Bayona comenta en la entrevista que "ojalá todas las cadenas promocionaran (la cultura) con la misma intensidad como Telecinco lo ha hecho". Repito, Telecinco promocionando la cultura. Da miedo pensarlo.

Abre la boca, que hemos venido a darte cultura.

La sorpresa es superlativa (o no tanto) cuando me da por leer las críticas moderadamente positivas que cosecha cada mediocre esfuerzo del director barcelonés. Poderoso caballero es Don Marketing. Cosas como ésta son las que dan coba a los escépticos que hablan de maletines, gremios endogámicos y presiones de las productoras sobre la prensa. En fin, evitemos entrar en terreno conspiranoico y dejemos al pobre Bayona en paz, que bastante tiene con lo suyo (se va a rodar Jurassic World 2 en tres meses para seguir aportando su solemne granito de arena a la cultura).

Hablemos ahora de las nominadas a los Goya. Echo un vistazo a las afortunadas y me encuentro esto: dos thrillers, el biopic de turno, la del monstruo bayonés y el enésimo drama maternofilial de Almodóvar. Ahora hago yo esta pregunta: ¿con qué desfachatez subís al escenario, señores cineastas, a echarnos en cara la falta de interés en el cine patrio? A pesar de las buenas cifras de recaudación este año, seguís sin dar suficientes motivos para ir al cine. Para que nos pongamos en situación, las cinco últimas películas que vi fueron, en este orden: Tomboy (Sciamma), Mommy (Dolan), Los idiotas (Von Trier), Ida (Pawlikowski) y 2046 (Wong Kar-wai). Todas ellas imperfectas, pero excepcionales como ejercicios de estilo y virtuosismo al servicio de historias atípicas; es decir, auténticos acontecimientos culturales. No puedo evitar preguntarme por qué no tenemos voces similares en el cine español, tan originales y creativas.

De acuerdo, mi astuto lector, lo has adivinado: la industria da lo que el público pide. Si el nivel de éste es exiguo, mejor no sacarle de su inopia. Claro que siempre puedes ir a ver pomposos experimentos avant-garde que nadie entiende, pero ¿para qué malgastar tu tiempo y tu dinero en formarte criterio? Ven a ver un thriller, que eso sabemos todos cómo funciona. Cultura, sí, pero para mediocres, que al final es ahí donde está el dinero; de esto sabe mucho Telecinco, la cadena de más audiencia en España.

Poniéndome el disfraz de abogado del Diablo, admitiré que el engranaje industrial es necesario. Diría que es incluso sano que exista la clase de cine preocupado únicamente por llenar las salas, pues no todos pueden ser Kubrick, dotado éste de una excepcional habilidad para convocar al público con sus películas complejas y polisémicas. Tampoco cuestiono, como productos industriales que son, la calidad técnica de las nominadas a los Goya; pero, a pesar de todo esto, se me hace imposible no ver con qué descaro estamos intentando copiar el modelo industrial del cine norteamericano, ése cuyo final atisbé en la entrada anterior. Eso, señores cineastas, no es cultura; al menos no entendida como compendio de obras culturales.

La obra cultural tiene un coste. No está al alcance de todos apreciarla porque requiere criterio y bagaje, dos cualidades que sólo se construyen con tiempo y dedicación, virtudes tan denostadas en la época de la inmediatez que vivimos; sin embargo, el premio es mucho mayor. Una vez adquirimos las competencias necesarias, la cultura satisface inquietudes intelectuales y morales que, de otra manera, nunca surgirían motu propio. Un ejemplo muy concreto: la última película que he mencionado, 2046, tiene una estructura narrativa muy compleja. Pasado, presente y futuro se funden, dando como resultado una historia no lineal. Un malinformado espectador despreciaría semejante engendro y lo calificaría de pseudointelectual. "Vaya ganas de joder con el público", protestaría. Por otro lado, una persona que esté familiarizada con el concepto de monólogo interior (reproducción caótica de pensamientos tal y como surgirían en nuestra mente) y con la relatividad del tiempo respecto a la conciencia (esto último de Henri Bergson), concluiría que la técnica narrativa de 2046 es una genialidad al alcance de muy pocos. Díganme ustedes qué opinión merece mejor consideración.

Querido Bayona, tu cine está aún muy lejos de ser elevado a obra cultural, aunque te consueles pensando que no. La cultura no es lo mismo que el ocio; al menos, no siempre.

Pensando fuerte.

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