domingo, 8 de enero de 2017

Mi problema con Tarantino

Es común que un cineasta, al proyectar su carrera, deba escoger entre dos caminos: la independencia o la comercialidad. La primera augura integridad y reputación, pero le condena al ostracismo y la escasez de recursos; la segunda concede fama y fortuna, a riesgo de tener que poner el culo cada vez que la productora decida que tu trabajo no coincide con su visión comercial. Sin embargo, los hay con la suerte de hacer de su cine un objeto de consumo masivo, gracias a lo cual gozan de los beneficios de ambos circuitos sin padecer sus desventajas.

Tarantino hace lo que quiere, y por ello es tan adorado como despreciado. Sus admiradores lo idolatran por su novedoso lenguaje visual, mientras que sus críticos lo acusan de plagiador, de saquear descaradamente tanto clásicos del cine como cintas caídas en el olvido; es decir, unos consideran que Tarantino ha reinventado el cine, y otros, que simplemente lo ha reciclado. Para mí, éste es un debate sin sentido, pues el director de Knoxville no tiene la culpa de que su tribu de acólitos le haya concedido méritos que no son suyos. Tristemente, el defecto que se suele omitir cuando se habla de Tarantino, y que creo constituye la crítica esencial a su cine, es mucho más subrepticio: Quentin carece de discurso propio. El pecado es aún más grande si se piensa en su obra como "cine de autor".


Primero de todo, es preciso no confundir fondo y forma. El estilo del cineasta es fácilmente reconocible, pero éste conforma el vocabulario de su cine, no su discurso. Intentad responder a esta sencilla pregunta: ¿de qué van las películas de Tarantino? En su cine no hay lugar para la especulación ni para sesudos debates sobre la condición humana; en cambio, Tarantino está aquí para contarte una de gángsteres, otra de artes marciales, otra de nazis y otra de vaqueros. Tarantino, pese al océano de recursos del que echa mano para montar sus películas, no tiene nada que decir. Harmony Korine, el heterodoxo director de "Gummo", trató de resumirlo así: "Cuando estoy viendo algo suyo, es muy divertido, pero después me deja una sensación de vacío".

Frente a lo vacuo de sus propuestas, los puntos fuertes de su cine están a simple vista de todos. La caracterización de sus personajes roza la perfección, consiguiendo que se graben en la retina del espectador. El abuso del diálogo, herramienta externa al medio (recordemos que el cine nació mudo), está justificado aquí por servir a un doble propósito: revela la información justa sobre la naturaleza de sus personajes al tiempo que sorprende a la audiencia por su ingenio. Igualmente destacable es su manejo instintivo de la rítmica cinematográfica, producto de incontables horas delante de una pantalla.

¿Es entonces un defecto tan grande no tener nada que decir cuando se está tan sobradamente cualificado? Para responder, pensemos en el título de este blog, "Risa enlatada". La risa pregrabada es un recurso que se utiliza sobre todo en sitcoms para acentuar momentos cómicos. Ésta es la definición amable, hay otra mucho más perversa: la risa enlatada está ahí para reírse por ti. No es necesario que te divierta lo que ves en pantalla porque la risa ficticia ya te dice que es divertido, y con eso basta. Es una herramienta de manipulación de masas que tiene como objetivo hacer de éstas un sujeto pasivo, no pensante. Siento sonar conspiranoico pero es la amarga verdad.


Tarantino ha hecho de esa pasividad su gran baza. Él hace todo el trabajo mientras tú te encoges en tu butaca y disfrutas del espectáculo. He aquí por qué su cine fascina tanto a la crítica como a la desinformada audiencia: unos elogian sus malabarismos estilísticos y narrativos; los otros simplemente pasan un buen rato antes de irse a la cama. Todos contentos... menos los que, como yo, vemos en Tarantino a un talento desaprovechado, a uno de los cineastas más dotados de la historia sin un solo pensamiento propio.

Uno de los pocos momentos en los que vi a un personaje de Tarantino saltarse los estrictos límites de su trama para comunicar algo fue, paradójicamente, en la que a mi juicio es su película menos lograda junto con "Django desencadenado", "Malditos Bastardos". En su desenlace, Shoshanna Dreifus prepara una cinta con un mensaje para la élite nazi reunida en su cine, donde se proyecta una película sobre un soldado alemán que asesina a decenas de enemigos. La audiencia, que asiste conmovida a la matanza del héroe, ve luego aterrorizada cómo el cine arde en llamas mientras Shoshanna ríe diabólicamente. Estoy convencido que ésta es la velada crítica de Tarantino a la pasividad del espectador, la misma que le inmuniza contra la violencia explícita de sus películas. Él es consciente de ella y, a pesar de todo, la repudia.


Respondiendo a la pregunta que planteé al inicio del quinto párrafo: sí, es grave que la obra de uno de los cineastas más influyentes del mundo sea un claro ejemplo de cine que piensa por ti, que esconde su falta de contenido aprovechando tu pasividad. Hasta me sabe mal escribir estas líneas, Tarantino es un héroe para todos los que vimos "Pulp Fiction" y creímos que el cine nació con ella; pero creo que haríamos bien en dejar la histeria atrás y asumir que no todo lo que toca es oro, aunque él esté convencido que sí.

Nota: "Los odiosos ocho" fue una película que generó reacciones dispares. La mayoría no entendió el pausado ritmo de la película ni logró entrar en su atmósfera. En mi opinión, la cinta tiene lo mejor y lo peor de Tarantino, pero me gustaría destacar su final: tras la ejecución de Daisy, el personaje de Samuel L. Jackson pide al supuesto sheriff que lea en voz alta la carta de Lincoln que, ambos saben, es falsa. Este momento advierte alto y claro de los fingidos valores sobre los que se edifica la puritana sociedad estadounidense. No es sutil y tampoco es perfecto, pero me reconfortó saber que, por una vez, Tarantino tenía algo que decir.

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